En la presentación de mis dos novelas los intervinientes coincidieron que su lectura era tan rápida que no daba tiempo a masticarla y hoy quiero sincerarme del motivo de esa velocidad: tendría ochos años y mucha fiebre un día que caminaba junto a mi madre desde Iznájar hasta una aldea llamada La Celá . La Manuela por entonces vendía sabanas que llevaba bajo el brazo. Llegamos allí y vimos una tienda de comestibles. Mi madre entró para ver si vendía algún género y fue entonces cuando vi encima del mostrador un hermoso queso y suspiré. Ella negoció cambiar la mantelería por el queso. La dueña aceptaba solo por medio queso y el trato se cerró. Creíamos que se me quitaría la fiebre y efectivamente cuando lo probé me bajó pero al rato volvió la calentura. Ya en Iznájar fuimos a una consulta pequeñita donde había muchos niños con fiebre. Recuerdo que el médico preguntaba en voz alta: ¿El niño ha probado leche de cabra? Sí, contestaban las madres y el doctor sentenciaba: fiebres de Malta. ¡Otro! Y así sucesivamente a todos igual. Cuando entramos volvió a la carga: ¿El niño ha bebido leche de cabra? ¡No!, contesto mi madre y aquel señor dijo: Fiebres de Malta ¡otro!. Mi madre me trajo a Córdoba, al Hospital Militar y nos atendió el doctor don Miguel Villaharta. Aquel buen médico y mejor persona recomendó unos análisis y cuando le llegaron los resultados dijo: la fiebre viene porque tiene "velocidad en la sangre" y dijo que los fármacos la curarían pero que esa velocidad tendría que salir por algún lado. Creo que me sale por la escritura.

* Abogado