Y digo yo: ¿No habría otra manera de limpiar las calles que no fuera ensuciándolas? Me refiero a esa genial idea de ir levantando la porquería del suelo para amontonarla y recogerla. Me refiero a ese tubo infernal que ruge formando remolinos de basura. Si paseo tan contento, ahí viene metiéndome la broza por la boca. Si estoy tan tranquilo tomándome un café, ahí llega obligándome a huir. Si compro el pan, ya sé con qué voy a comérmelo. Si paseo al bebé, ya sé el aire que respira. Si me viene la alergia, ya sé por qué en las pruebas nunca aciertan. ¿Se imaginan a alguien en su piso con una aspiradora que levantara el polvo? Una vez hasta llegué a perder medio día en tomarme la molestia de presentarme en Urbanismo y poner una hoja de reclamaciones. ¡Nada! ¡Que si quieres arroz, Catalina! Porque ¿qué somos las personas aquí abajo en comparación con allá arriba? Nada; solo puntitos en la gráfica de una encuesta, abstracciones en las palabras de un discurso, objetos para que allá arriba se justifiquen unos contra otros. Somos, siguiendo a Bertolt Brecht en su gran poema, los esclavos de las pirámides de Egipto, los obreros de la gran muralla china, la carne de cañón y del andamio, las hormigas para los estudios de la publicidad, los ladrillos con los que están hechos los rascacielos, la piel para el cuero de las poltronas, el agua para la argamasa; palabras para que los escritores construyan sus poemas y novelas, para que construyan sus discursos en grandes escenarios donde reciben los premios; para que los ideólogos escondan su maravillosa forma de vivir.

* Escritor