Los últimos procesos electorales en el mundo occidental, de diversa índole y escala, nos llevan a la reflexión sobre la papel de los liderazgos personales y los nuevos modelos de participación política, que van superando la hegemonía de las clásicas estructuras de los partidos políticos, con sus staff organizativos, tan ocupados en alimentar sus arcas para sostener sus entramados, y en defenderse del acoso de la justicia por sus corruptelas.

El triunfo de Pedro Sánchez en las recientes primarias de su partido frente a la candidata del aparato oficial, hace que sobresalga el nombre del triunfador sobre las siglas. Igualmente podíamos decir de Emmanuel Macron, recién elegido presidente de la República Francesa, que si hubiese permanecido en el partido que militaba seguramente hoy se dedicaría a otros menesteres, pero su reacción hace un año de abandonar al socialismo francés y comandar En Marcha, otro de nuevo cuño, le ha permitido destacar su perfil y asumir un liderazgo que, entre las servidumbres y las tutelas de poder de los partidos hubiese sido inviable. Lo mismo, salvando las distancias, ha ocurrido con Donald Trump en los Estados Unidos, que llegó como advenedizo a la política sin ser el candidato inicial de ninguno de los dos grandes partidos y ganó a todos sus contrincantes, propios y ajenos, oficiales o no. Lo que también nos expone a contraluz el problema de los personalismos.

Se está repitiendo lo que ya ocurría a escala local con los líderes de las pequeñas agrupaciones independientes, en los que sobresale el perfil y las bondades del candidato sobre el programa o las siglas. Ahora, replicado a escala más nacional, con el altavoz de las redes sociales, de internet, y hasta del crowdfunding o micromecenazgo para encontrar financiación con la que llegar a más rincones y votantes.

La sociedad evoluciona más rápida que sus estructuras de representación política, por eso en los barómetros del CIS cada vez existe una mayor desafección y van triunfando los modelos alternativos que van apareciendo. Ese agotamiento del sistema, hace que para los cargos electos y de gestión, a diferencia de los partidos, la sociedad no valore los años de militancia, ni los cargos orgánicos desempeñados, ni la afinidad y obediencia con las oligarquías dirigentes, sino la trayectoria profesional, la coherencia personal, y la novedad y agudeza del discurso. La innovación es lo que distingue al líder de los seguidores. Los partidos políticos, con inteligencia, deberían tener la capacidad de revisar sus estatutos y estrategias, para ser permeables a la presencia de la sociedad civil más capacitada e incorporarla a su proyecto. Mientras las listas electorales se cierren arriba y a dedo, será complicado que trayectorias solventes y ejemplares se expongan al interés particular del secretario general del momento. Igualmente, ocurre, con la reiterada negativa de las listas abiertas en las elecciones parlamentarias, evitando que el ciudadano pueda votar sin incluir al cunero impuesto o al tránsfuga de turno. El mundo necesita líderes, más que secretarios generales. Personas con talento y coherencia, que no traten de encajar las piezas sino de romper los moldes, que no busquen contentar a todas las familias y baronías, sino que eleven la mirada a la sociedad a la que sirven.

* Abogado