Durante este fin de semana la avenida del Gran Capitán cambia su habitual fisonomía y se convierte en una Feria del Libro. Es un placer pasear ante las casetas que muestran su variopinta mercancía. Los libros han dejado los anaqueles de las librerías y salen a la calle. En Madrid todos los años paseaba ante las casetas instaladas en el Retiro y escudriñaba los libros allí expuestos. Años más tarde asistí al espectáculo ferial desde el interior de una caseta. Dediqué mi libro Los alemanes de la nueva Alemania. Fue una curiosa experiencia. Comprendo ese placer que siente el autor al dedicar su libro a un desconocido, al que se le entrega su yo más íntimo. Lo hará hoy mi amiga Pilar Redondo cuando dedique su libro Relatos de humor. Leer es un hábito que empieza durante la niñez y se afianza en la juventud. Los padres y los maestros tienen mucha responsabilidad en alentar esa costumbre, verdadero alimento espiritual. Hay que llevar a los niños al Gran Capitán para inculcarle, a ellos y a todo el mundo, aquello que decía el escritor Carlos Marzal: «La emoción intelectual y sensorial de la lectura se convierte directamente en alegría. Creo que en realidad leemos para ser más felices».

Pero hay que leer buena literatura. Porque una cosa es el «best seller» y otra es la obra bien escrita a la que renuncian muchos editores por aquello de que no tendrá eco. Hago esta reflexión rememorando Claridad de lo oscuro de mi amigo de Rute, Mariano Roldan. Libro de la colección Ánfora Nova, versificado con la melancolía de «...cuando llega el arrabal de la senectud». Libro de excelsa poesía.

* Periodista