Al menos por la vocacionada pluma del anciano cronista. En el centenario cervantino --ni de lejos, obvio es, ninguna extemporánea y ridícula analogía o comparación-- es, desde luego, muy ocasionada la referencia a un tema siempre vivo en la trayectoria de cualquier lletraferit con extensa obra a sus espaldas.

A pocos escritores, en efecto, les ha sido dado llevar a cabo toda la andadura literaria y creativa que ennortara sus proyectos de juventud. Con Los trabajos de Persiles y Segismunda el autor del inmortal Quijote cerró gustosamente el anillo de su amplia y envidiable producción.

Al final de una existencia vitalizada con el trato arduo y estimulante de los libros y la escritura, el articulista echa la vista atrás

--actitud inembridable en la vejez-- y experimenta lancinantemente la comezón de contemplar el ancho hueco dejado por los libros que hubiera querido ardidamente dar a la luz y que ya no lo hará, pese a buenos propósitos e ilusos planes.

Por querencia propia y, sobre todo, por el generoso y repetido aguijón de una historiadora de excepción --afrenta grosera del por lo común hiper-grisáceo mundo de las Academias nacionales y no nacionales españolas, debida a su inexplicable ausencia de sus nóminas--, la obra acerca de la familia extensa del cronista figura en primer término de esos proyectos permanentemente encetados, pero nunca llevados a las prensas. De ser así, de materializarse algún día no lejano, el conocimiento del mundo agrario andaluz y, en concreto, el de la ruralía jiennense durante el primer franquismo podría, quizás, enriquecerse en algún extremo de cierta importancia. La visión estival de un tremente niño sevillano de los comportamientos de hombres y mujeres asentados por dichas fechas en los términos municipales de Porcuna, Martos, Santiago e Higuera de Calatrava tal vez aportara observaciones de algún interés historiográfico. Trabajo, fiestas, ilusiones, frustraciones, relaciones sociales en pueblos del Santo Reino, a lo largo de un periodo de sumo interés como el antedicho, dispondrían así de un mayor material para que los investigadores atraídos por el tema lo analizasen sine ira et studio, divisa o lema de ejercicio u obediencia de singular trascendencia en tal capítulo de nuestra contemporaneidad, siempre asediada en su reconstrucción por el sectarismo y la unilateralidad más extremos.

En tan hipotético libro, la imagen de la Sevilla de la misma época desde la mirada asombrada de un adolescente en plena comunión con lugares y gentes de la sinigual ciudad, en un tiempo de inclemencia contrarrestada por su aplastante belleza y la impar humanidad de su vecindario, acaso tampoco careciera por entero de curiosidad antropológica --palabras mayores, desde luego...-- o historiográfica, escenario más modesto y un punto más familiar para el autor, que, de otra parte, hizo ya en el pasado varias incursiones por tan imantadora geografía.

* Catedrático