Pasé rápido por la sección de libros y decidí dar unos pasos hacia atrás para creer lo que estaba viendo. Sobre una mesa estaban estos títulos: Ser feliz en Alaska, Feliz como un danés, Las gafas de la felicidad, La felicidad después del orden, Adiós tristeza, Felices: la felicidad a tu alcance, Alegría...

Respiré hondo entre aquel bombardeo. Me decido. Abro uno y leo: «Recibes solo cuando te esfuerzas. Llegarás donde desees si persigues tus sueños hasta el final». Y pienso: ¿esto se lo cuenta a las personas en paro que se pasan jornadas en entrevistas de trabajo infructuosas? ¿Les dice a los 13 millones de personas en riesgo de pobreza en España que no se han esforzado lo suficiente? ¿Se lo cuenta a los familiares de los emigrantes que mueren en pateras o en el desierto? ¿Para conseguir un sueño hay que hacer de todo? ¿A cualquier precio? ¿Sin ética, si es preciso?

Cojo otro libro. Siguiente frase: «En una relación que se acaba, lo más fácil es echar balones fuera y echar la culpa al otro. Los verdaderos motivos de una ruptura siempre residen en uno mismo». ¿Cómo puede escribir esa frase con tanta rotundidad? ¿Piensa qué efectos puede producir que una mujer maltratada lea eso, ya de por sí culpabilizada hasta el extremo por su agresor? Paso página y comprenderán que cierre el libro de golpe cuando veo una frase, nada más y nada menos, que de Donald Trump. Tiene delito poner como ejemplo, en un libro de autoayuda, a un tipo que necesita terapia urgente.

No critico a quienes leen estos libros como cualquier novela de las que extraer un mensaje de cambio. El problema es cuando se ofrecen como salvación a quienes se enfrentan a un problema grave, donde ningún cambio en su actitud lo solucionará, porque no depende de la voluntad o el esfuerzo.

Yo también me acerqué a estos libros y... Nunca más. En mi caso, para comprender mi desempleo tuvo más efecto leer a economistas, políticos y sociólogos que me ayudaron a tomar conciencia de clase y conocer mis derechos. Tuvo más efecto asumir que el cáncer toca, sin que mi madre se sintiera culpable por enfermar. Y tuvo más efecto leer sobre feminismo para fortalecerme como mujer y no normalizar comportamientos agresivos.

Si tenemos una sobredosis de libros de autoayuda es porque estamos perdidos. Y estamos perdidos porque nos quitaron los referentes. Más que libros de autoayuda, necesitamos libros de recuperación de conciencia. Parte de nuestra vida dependerá de nuestra actitud, pero hay que partir de unas bases seguras. De unos derechos de salud y educación, de un empleo bien pagado, de una libertad real o de un reconocimiento de la desigualdad, para saber cuál es tu punto de partida sin culparte.

Nos hacen creer al cien por cien que la vida depende de nosotros, sin causas externas. Como si fuese igual ser de raza blanca o negra, mujer u hombre, heterosexual que homosexual, con capitalismo o no, nacer en África o en Canadá, en dictadura o democracia, en una familia pobre o rica... El individualismo de esos libros anula nuestras circunstancias, y el discurso de lo colectivo, de la sociedad y la solidaridad por un mensaje competitivo, narcisista y con mayor frustración si no se alcanza. Centrar la solución solo en un yo y no en un nosotros.

Estos libros siempre subrayan que caemos en tristeza porque dejamos de querernos y no tenemos autoestima. ¿Eso ocurre por sorpresa? No. Dejar de tener un trabajo, vivir con tus padres sin alternativa, estar mal pagado o pedir ayuda nos hace más vulnerables y nos aleja de un reconocimiento social hasta caer en el olvido. La pobreza aísla. Quizá, para prevenir, más que libros de autoayuda deberíamos leer los programas electorales de los partidos. Y leer entre líneas sus propuestas para que, al menos, sepamos qué votamos, qué elegimos y cómo nos puede afectar.

Cambiaría los títulos de esos libros por estos otros: Estos son tus derechos para defenderlos, Por qué no culparte si no consigues tus sueños, Conoce el capitalismo y cómo te condiciona, Comprueba lo que comes, Las claves del patriarcado, Detectar a un maltratador...

Este conocimiento sí nos da poder. Nos quita culpa para señalar a sus responsables. Eso es más que autoayuda. Es ayudar a las futuras generaciones para que no pierdan el rumbo con mensajes vacíos y egocéntricos. Y, ante cualquier ataque, defendernos en bloque. Saber qué tenemos, quiénes somos y hacia dónde vamos sí nos dará parte de felicidad. Al menos porque no sentiremos la soledad, no nos tomarán el pelo ni nos robarán la dignidad.

* Profesora UOC y periodista