Volver sobre el asunto de la Libertad ya es atrevimiento. Mucho se ha dicho, hasta la saciedad, por hombres eminentes de todos los tiempos (filósofos, literatos, sociólogos, psicólogos…) en distinto tono y con diferente calado; sin embargo, resulta de toda obviedad que es un tema inagotable e inconcluso, que requiere de una recurrencia constante y una reflexión renovadora en cada contexto existencial, porque se trata de la principal característica de los seres humanos; la cualidad que nos define frente a otros seres vivos de la naturaleza. Cierto es, no obstante, que los parámetros fundamentales entre los que se mueve el concepto son bien sólidos y conocidos, entre el pugilato entre el individuo capaz con valores innatos inherentes y la sociedad envolvente que le define: desde los condicionantes naturales inescrutables, en los que estamos envueltos, a las construcciones civilizadoras y culturales de todos los tiempos, con las ingeniosas creaciones religiosas y de espiritualidad, pasando por sociedades diversas (patriarcales, tribales, esclavistas, estamentales, burguesas…); así como formas de poder variopintas que hemos sido capaces de desarrollar (reinos, imperios, cesaratos, monarquías…). Ahí están las grandes lecciones de los clásicos poniendo al hombre, en términos muy realzados, en la peana de la historia y de la existencia; los medievalistas escolásticos definiendo al individuo en un marco religioso embargante y opresivo; la mirada esperanzada de los humanistas y racionalistas con nuevas perspectivas que realzan las posibilidades humanas, sin perder las potentes ataduras de antaño; las revoluciones liberales que abanderan los ideales de la libertad, descubriendo rápidamente los decimonónicos que es treta difícil de alcanzar sin la igualdad. Etcétera, etcétera. Poco podemos aportar los simples pedestres que nos movemos en los rudimentos de la vida, aunque a veces debemos entrar al capote aunque sea en la superficie de postulados intelectuales. En un tiempo relativamente corto se me han dado en mi entorno situaciones estridentes que me encienden la luz roja sobre el tema sempiterno de la Libertad. Un compañero de oficio, avezado en la vida y en la filosofía, me dice con gravedad inquietante a los setenta años que ahora ha empezado a comprender qué es la Libertad; entiendo que se refiere a la pérdida de vínculos opresores de la vida profesional y activa que le comprimían y ahogaban de forma acuciante. Pocos días después otra amistad, que se mueve en los círculos jerárquicos de la profesión (en el entorno de poder político, burocrático, etc.), me estampa de bruces y con angustia contenida y pesadumbre que no es libre, que no puede expresar lo que piensa de verdad; entiendo que me habla de ese silencio tácito que impregna las esferas del poder, donde priman el lenguaje y actitudes políticamente correctas, y el que se mueve no sale en la foto; o queda defenestrado. De otra parte, la vecina de enfrente me dice que su hija, que es una extraordinaria profesional y con buenas relaciones afectivas, se encuentra atada a las redes sociales e internet -que son grandes ventanas al mundo y con miles de posibilidades-, pero no hace otra cosa que seguir ávidamente los tonos y toques del móvil; y no es dueña de su vida. Por si fuera poco, el anciano del poyo de la calle me advierte que los políticos en general, que son hombres buenos que velan por nuestro bienestar (ja, ja, ja…..) -dice -, contradicen hábil y sin sutilezas, sin recato alguno, lo que decidimos los ciudadanos; y con mucha gracia y elegancia siguen dándonos clase de libertad y democracia. Esta es la vida.

Qué fácil se dice que el hombre es libre por naturaleza. Que fácilmente se contempla la Libertad como uno de los presupuestos fundamentales del ser humano en los textos constitucionales. Que fácil -es un decir- sentenciaba Don Quijote a Sancho con aquello de que la Libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con cuanta facilidad se nos olvida que, aun siendo eso cierto, no es más que una verdad a medias. La Libertad hay que construirla día a día. No es tarea elemental, aunque sea asequible. Es una pugna constante contra todo y contra todos, y no negativamente. La Libertad se encuentra estrechamente vinculada a nuestro entorno material y colectivo, al espectro afectivo e intelectual, y a todo nuestro imaginario cultural, precisando de fuertes asideros para volar. Desvincularse de los presupuestos envolventes y opresivos del entorno no es en absoluto fácil (v.r.); movernos con libertad entre ataderos sociales no es nada sencillo; escurrirnos de las manipulaciones de poder político es arduo. Ser libre exige, a bote pronto, un ejercicio grande de formación, pensamiento crítico y consecución progresiva e incesante de autonomía (de todo género) y voluntariedad. Siendo lo más difícil de todo ello hacerlo en una sociedad aparentemente amable y bondadosa.

* Dr. Universidad de Salamanca