Con ocasión de los altercados de esta semana en la universidad de Madrid y el rechazo del Tribunal Constitucional de la ley autonómica que prohíbe los toros en Cataluña, de nuevo se han alzado voces por aquí y por allá clamando por la libertad de expresión, tan manoseada como ya está. En medio de tanta densidad en la niebla de la libertad que exigen los unos y la poca que conceden los otros, tal vez, mejor nos fuera si con Antonio Machado considerásemos que la libertad no es poder decir lo que se piensa sino poder pensar lo que se dice. Libertad de pensamiento frente a la libertad de expresión. Aún sabiendo lo que amor cuesta, tendemos a una sobrevaloración de la libertad de expresión sin reparar en que un tonto con un micrófono en la mano, por más libre que sea, solo podrá decir tonterías; como un estúpido con una cuenta de Twitter abierta sólo podrá tuitear estupideces, y a las abundantes pruebas de lo que diario oímos y leemos me refiero. Del idiota de Donald Trump solo podemos esperar idioteces, por el momento, que si de la idiotez se contagian los norteamericanos la cosa puede ir a mayores; mientras que en la barra libre del Twitter suben la voz y el calibre del insulto todos los anónimos descerebrados que hacen uso de su libertad de expresión cuando teclean en el móvil. Así pues hora es de comenzar a reivindicar la libertad de pensamiento, quitar los grumos de nuestro cerebro que enturbian el discernimiento y la reflexión. Es una idea que ha tiempo viene defendiendo el sabio Emilio Lledó, también andaluz, a quien no solemos ver como quisiéramos en los foros de televisión donde tanto se grita y tan poco se piensa lo que se dice, todo sea por el sagrado derecho de la libertad de expresión. Vivimos en un tiempo en que las falsas verdades están más extendidas que las verdaderas, el rumor prevalece sobre la noticia contrastada y en las redes sociales una difamación es como una piedra lanzada al agua que emite ondas expansivas en todo el perímetro, con la diferencia harto peligrosa de que en internet no hay límite para la multiplicación de esas ondas y, por tanto, para el crecimiento de la maledicencia. Precisamente por estos cambios en la comunicación, por esta revolución digital, hay que dar herramientas a los alumnos de hoy para que comprendan algo de lo que está pasando sin ser gregarios de la libertad de expresión de los que más repiten y repican sus mensajes. En un mundo en el que no nos podemos fiar del poder político, ni del económico -ahí están chillando todavía los atrapados en las preferentes, cláusulas suelo y otros engaños de la banca rescatada- ni del poder religioso, nuestro pensamiento libre, individual y sereno es lo único que no nos pueden arrebatar.

* Periodista