No acabamos de aclararnos con esto de la libertad de expresión. En el fondo arrastramos cierto complejo histórico revulsivo, es casi obsesivo vigilar que no se nos cuele ninguna imposición a la hora de querer expresar aquello que consideramos un derecho a comunicar, por eso no se explica que sigamos batallando entre los que quieren decir y los que se ofenden.

Es un terreno ambiguo donde se mueven muchos componentes ideológicos y culturales, estos ingredientes condicionan poder tener una apreciación objetiva de lo que entendemos como libertad de expresión, produciéndose unas consecuencias que nos hacen ser vulnerables e inmaduros y para una sociedad es una dilación.

En esta ensalada de lo que se debe, se puede o no, dentro del debate actual, veo dos líneas diferenciadoras: lo que es la libertad de expresión en su amplio espectro comunicador, caiga quién caiga y, esto es intocable en un sistema democrático, y la torticera intención de provocar por el gusto de que hablen de uno, sea persona, marca publicitaria política o empresarial y esto hay que saberlo, hay que tener claro el plano distintivo y evitar que no nos vendan gato por liebre. Y ya sabemos que en este mundo cruel, el sexo y la religión son dos temas recurrentes y fáciles de manipular para introducir aspectos espurios, la diferencia está en el propósito, es subrayable quién ejerce el derecho y si ese propósito genera violencia, entraríamos en actos punibles.

Ejercer la libertad de expresión requiere una responsabilidad, la gratuidad de insultar, ofender, provocar porque sí, entraría a formar parte de una cultura desechable. Pero como estamos hablando de libertad, me quedo con la frase de Luis Antonio de Villena cuando dijo que uno de los fundamentos de la libertad consiste en poder hacer mal uso de ella.

* Pintora y profesora de C.F.