Sí, eso exactamente es lo que está de moda en estos tiempos: soltar la lengua y decir todo lo que nos venga en gana porque para eso existe la libertad de expresión. ¡Ole y ole! Y no sé si es curioso o vergonzante el que apelando a tal derecho se puedan vomitar insultos, descalificaciones y se puedan escribir aberraciones..., y lo que es peor, se puedan difundir por medios tan públicos y visionados como la tele, la radio... ¡Madre mía, qué cosas se dicen y se oyen! Y a renglón seguido llamamos irrespetuosos, sinvergüenzas y perlas de todo tipo a cualquier niño o joven que se le ocurriera, o se le ocurra, faltar el respeto, por ejemplo, a su padre o profesor. ¿No estamos vitoreando la libertad de expresión? ¿O es que, acaso, mayores, sí, jóvenes, no? ¿Saben ustedes aquel que dice.... Habla como yo te diga pero no como yo te hable? Y no estoy en clave de humor y que me da igual la procedencia de la lengua, sino en clave de valores, esa palabreja con la que nos regodeamos para quejarnos de lo mal que anda esta generación. Y se nos llena la boca, clamando por una sociedad de valores, pero que yo sepa siempre se ha dicho que de tal palo tal astilla, y los palos seguimos siendo los padres, maestros, políticos, propulsores de la cultura, medios, etcétera. Soltar la lengua e insultar, ofender, a mí no se me antoja que sea un derecho sino más bien una tremenda falta de respeto, una facilona forma de proclamar un derecho: puedo decir lo que quiera. El discrepar no es sinónimo de perder la vergüenza y no puede servirnos de excusa para referirnos al otro con palabras como descerebrado, sinvergüenza, ladrón, etc. La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha (Michel de Montaigne). De ahí que cada vez escuche más a los pájaros, al viento o al silencio y menos el ruido que cunde a mi alrededor y me ensordece. Libertad de expresión, sí, pero no para ofender.

* Maestra y escritora