Rebuscando en el baúl de mis recuerdos me he topado hoy con una leyenda referida a Medina Azahara (Madinat Al-Zahra) que hace muchos años incluí en uno de mis libros. Ya sé que sobre o en torno a Medina Azahara hay muchas leyendas, pero yo les aseguro que ninguna como esta que hoy reproduzco. De entrada la leyenda comenzaba con una descripción de cómo era Al-Zahra (en castellano «flor»)... «Una mujer de gentil presencia, bien proporcionada, cutis suave de terciopelo, manos perfectas de estatua clásica; ojos brujos, misteriosos, que allá en lo hondo de las pupilas mezclaban por extraño maleficio un brillo retador de lascivia con una expresión de sencilla ingenuidad; boca fresca y sensual con el broche luminoso de una sonrisa manteniendo siempre a flor de labio el sentido de una enloquecedora promesa; pies diminutos, como nardos, enriquecidos por la seda y las joyas de sus babuchas; silueta arrogante y estilizada, que dejaba adivinar bajo el vuelo de la liviana seda de sus vestidos el prodigio perfecto de sus curvas»; y las palabras que Abderramán III le dice sobre la ciudad que quiere construir para ella: «Tendrás el palacio, gacela. Tendrás más aún: toda una ciudad que surgirá de la tierra, como por arte de magia, opulenta, sugestiva, cautivadora... En el libro gigante que escriben los siglos se irán anotando palabras en su alabanza que no lograrán nunca describir con exactitud todas las magnitudes de sus méritos incalculables». Pero lo mejor de la leyenda es el final, cuando Abderramán se está despidiendo de la vida. Porque entonces manda venir hasta la ciudad donde ya vive con su gran amor a Zulima, su esposa legítima que se había quedado casi abandonada en el Palacio Califal. Al parecer, cuando Zulima entró en la habitación donde se moría el califa y se hincó de rodillas a un lado de la cama vio casi en la penumbra que al otro lado estaba Zahra, la amante. Cuando el moribundo se percató de que ya estaban allí sus dos mujeres cogió las manos de ambas, las unió y se las llevó al corazón, abrió los ojos por última vez y expiró. Luego la leyenda da dos versiones de lo que sucedió tras la muerte del sultán. Unos dicen que Zulima, la sultana, perdonó a Zahra y le permitió que siguiera viviendo en la ciudad que el Califa había construido para ella y que allí, casi en soledad, porque se había deshecho de toda la servidumbre, murió ya de vieja. Sin embargo, la otra leyenda dice que Zahra desapareció cuando un atardecer subía por el Monte de la Novia hacia la Sierra, montando a Al-Jur, el caballo preferido de Abderramán. Según esta versión Zahra y Al-Jur se perdieron aquella noche y nunca más se supo de ellos.