Lo mismo que el físico alemán con apellido de similar fonética, Homs también tiene su propia ley. La verdad sea dicha, todos tenemos nuestras propias leyes. Leyes en minúsculas, claro, que rigen esa parte de nuestras vidas que corresponden a los derechos que podemos administrar y que entran dentro de nuestras libertades inalienables y constitucionales. A nadie se le ocurre imponer sus propias leyes a los demás, pues por definición las leyes son de todos. Pero Homs tiene su propia ley como decimos. Una ley que es suya y de unos pocos y que dice que Cataluña no es España. Y no por la gracia de Dios, ni de los españoles, sino porque a unos cuantos se les antoja. Aunque el antojo sea saltarse la ley y desafiar al Estado con una suerte de votación que tiene más de sedición y rebeldía que de acto político independentista o secesionista. Esta fue la que se llevó a cabo el 9-N y por la que se juzga actualmente en el Tribunal Supremo a Francesc Homs. El exconseller de Presidencia de la Generalitat catalana, no solo tiene su propia ley que nos quiere imponer a los demás españoles, sino que su actitud durante el proceso judicial en el que se haya trata de vendérnosla con si de una especie de William Wallace se tratara. Por supuesto, nada que ver con el héroe escocés y si más bien con el síndrome del emperador. Homs y los suyos, no solo con su ley se saltan la ley de todos, sino que a los demás por separado y juntos en el Estado nos infringen un singular maltrato. El maltrato del agravio comparativo que no es otro que el de creerse que nuestro destino como nación lo marca él y su ley; la de Homs. Ni que decir tiene que este agravio en forma de grave afrenta la ha de resolver como procede en democracia el tribunal que juzga semejante desatino, pero los españoles presentes, pasados y futuros necesitamos más: ejemplaridad en la sentencia para que nadie nos trate de imponer más su propia ley.

* Mediador y coach