Anda el patio feminista revuelto con eso que han dado en llamar el sexismo del lenguaje; hasta tal punto que desde la ciudad de los puentes políticamente correctos --por si alguien no había caído en el eufemismo, se trata de Córdoba-- le han pegado una pedrada al latín por machista y hasta esclavista de mujeres. Y eso que la lengua que ha embridado nuestra cultura anda relegada de los planes de estudio, quizá porque refleja como ninguna otra la prolija cosmovisión humanista en la que están anclados los valores éticos permanentes de nuestra civilización. Y es posible que estos bálsamos que destila el latín con aroma a amistad; a moderación, equilibrio y sentido práctico; a otium cun dignitatem (ocio con dignidad) frente al negotium perambulans in tenebris (ocupación que vaga en la oscuridad); a pietas como virtud que hace a las personas respetuosas y diligentes con sus deberes; a patriotismo y amor a las tradiciones; a la gran familia de la latinidad; y, por qué no decirlo, a cristianismo; y hasta a occidentalismo; a algunos les puedan resultar mefíticos. Y es que ya se sabe, aquí todo lo que huela a tiempos pasados, sean buenos o malos, se le aplica el Delenda est Cartago (¡Cartago debe ser destruida!). No obstante, el latín sigue impertérrito y hasta se está poniendo de moda en el mundo cristiano. No así el castellano, que por sonar ya de por sí a testosterona, cierta ojeriza feminista trata de convertirlo a base de mamporras en una especia de drag queen del carnaval de lo políticamente correcto; por supuesto, añadiéndole todo tipo de postizos sexistas tales como marida, jóvena, lideresa, ponenta o miembras , entre otras jerigonzas. Por lo que, llegados a este extremo, un servidor --como el del chiste-- sólo pide una cosa: "¡Virgencita, virgencita! Que me quede como estoy, pues ni columnisto ni articulisto quiero ser y menos escribir columnos".

* Publicista