La Real Academia Española se constituye en 1713, siendo ocupada por varones y rechazando a lo largo de los siguientes siglos a escritoras como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carmen de Burgos, Rosalía de Castro... y a la gran María Moliner, que tuvo el talento y coraje de crear el Diccionario de uso del español, no sin tener que vencer todas las barreras que el machismo, el sexismo y la misoginia caracterizaba y caracteriza al mundo intelectual-varonil por excelencia. «Mis primeras palabras son de agradecimiento a vuestra generosidad al elegirme para un puesto que, secularmente, no se ha concedido a ninguna de nuestras escritoras ya desaparecidas». Estas fueron las primeras palabras de Carmen Conde al ser nombrada académica de la RAE en 1979.

Han tenido que pasar 305 años desde la creación de esta Institución sostenida por el Gobierno español para que en 2017, de los 46 sillones de la RAE, 38 estén ocupados por varones y solo 8 por mujeres. El artículo 14 de la Constitución Española proclama el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo. Por su parte, el artículo 9.2 consagra la obligación de los poderes públicos de promover las condiciones para que la igualdad del «individuo» y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas. En esta misma línea podemos aludir a las leyes de igualdad, así como a otros acuerdos internacionales como la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.

Bien, señores académicos de la RAE, podría seguir enumerando textos, leyes y acuerdos en los que se defiende la igualdad entre mujeres y varones en todos los espacios, así como el compromiso firmado por nuestro Gobierno de promoverla, pero quiero utilizar este espacio para dirigirme a ustedes como académicos y a la ciudadanía en general, y decirles que entiendo su rechazo a la utilización de un lenguaje no sexista, pues llevan siglos siendo ustedes los que ostentan el poder de la palabra haciendo un uso abusivo y resistiéndose a nombrar al 52% de la población que somos las mujeres, aceptando definiciones como que la alcaldesa es «la mujer del alcalde» o que mujer pública, zorra, verdulera, mujer alegre... son sinónimos de prostituta, que no de prostituida. A la ciudadanía me gustaría transmitirle la importancia del lenguaje, a través del que se construye nuestro imaginario. Las médicas, las juezas, directoras, las presidentas, las ciudadanas... Deben incluirse en el lenguaje, puesto que existen y forman parte de una sociedad que dice ser democrática.

Señores académicos, no se mofen más de Bibiana Aído, Carmen Calvo o Rafaela Pastor, pues no tiene razón de ser que sigan ocupando en número la RAE además de negarse a un lenguaje inclusivo fiel a la realidad que vivimos, una sociedad que avanza y propicia la ciudadanía plena de las mujeres.