De un tiempo a esta parte intentan convencernos de que todo es sexi. Supongo que los especialistas en márketing y comunicación se han dado cuenta (a buenas horas) de que casi todo lo que hacemos lo hacemos por amor, para que nos quieran los demás o para querernos más a nosotros mismos. Después de todo, el narcisismo también es una forma de amor, tal vez sea incluso una de las más extendidas. Y como el amor es el hermano mayor y trascendente del sexo y van tan a menudo cogidos de la mano, han decidido repetirnos lo de sexi hasta la saciedad. Así que ahora resulta que la política es sexi, que las pizzas congeladas son sexis, que el feminismo es sexi, que beber zumos gigantescos de color verde oscuro es sexi, que ir al dentista es sexi, que ir en bicicleta es sexi, que limpiar la casa es sexi, que pedir una hipoteca es sexi y que leer también es sexi.

En el caso de la lectura, entre otras muchas iniciativas para animarnos a leer, han hecho unos pósteres preciosos con fotos de Paul Newman y de Marilyn Monroe en todo su esplendor, ambos leyendo, y debajo el eslogan: «Leer es sexi».

Bueno, pues tengo malas noticias para vosotros: leer no es sexi.

Leer es una experiencia honda, a veces dolorosa, casi siempre ardua (mucho más ardua que plantificarse delante de la televisión o del ordenador). Leer requiere esfuerzo, concentración, constancia, paciencia, cultura, práctica y determinación. Y si queréis que os diga la verdad, escribir tampoco es nada sexi.

No hablemos ya de vivir con un escritor, un ser ensimismado y gruñón que pasa la mayor parte del día en su mundo, imaginando cosas y violentando la realidad. Tampoco es sexi pensar, enfrentarse una y otra vez a sus propias limitaciones resulta más bien agotador y frustrante. Ni aprender alemán. Ni parir. Ni buscar una cura contra el cáncer. Ni acompañar a tu madre al médico. A veces, ni siquiera el sexo es sexi.

Es sexi que te lean un libro en voz alta, igual que es irresistible que alguien te cuente una historia cuando estás a punto de dormirte (o, si te dedicas a escribir, a cualquier hora del día), que es el equivalente humano de dejar una luz encendida para no sumirse solo y a tientas en los sueños.

La noche es sexi, y el mar, y las fiestas de dos personas, y los coches descapotables, y el despilfarro, y los extremos. Y los casinos. Y el caviar a cucharadas. Y una caja de botellas de champán en la puerta de casa. Y una cajetilla de Ducados olvidada encima de una mesilla de noche. Desear resulta sexi (mucho más sexi que ser deseado). Y los escotes femeninos. Y también Paul Newman y Marilyn Monroe, leyendo o bailando sardanas.

Pero leer, no. Leer no es sexi. Leer es importante.

* Escritora