En 1990 la revista FMR publicó, en su nº 2 de la edición española, un artículo de Rafael Moneo: La Mezquita. La vida de los edificios. Iba acompañado de dos textos que lo complementaban, uno de Washington Irving, breve, sobre el legado de los árabes en España, y otro del crítico de arte británico Sacheverell Sitwell, quien se recrea en el recuerdo de sus paseos por Córdoba, sobre todo porque afirma que ha escuchado con frecuencia a Bach en los órganos de iglesias y catedrales españolas, pero «especialmente en Córdoba, que es el último sitio del mundo donde se esperaría oír a Johann Sebastian Bach». Describe el patio de los naranjos, y cómo entrar a la Mezquita le parece «como penetrar en un bosque que se ha convertido en piedra, en un huerto, pero en un huerto estéril, porque las arqueadas ramas se han solidificado en vértices y hojas». Piensa que en Córdoba está todo lo del Oriente, pero también Roma: «Algunos de los curas de más edad llevan la sotana como si fuese una toga. Manolete, el difunto matador, tenía rostro y modales de romano. No era ni moro ni castellano, sino romano. Era romano de Córdoba».

En cuanto al texto de Moneo, es una conferencia pronunciada por el arquitecto en 1977. Tenemos la oportunidad de leer este texto recién editado por Acantilado en una obra que recoge otros dos trabajos de Moneo, uno sobre la Lonja de Sevilla (sede en la actualidad del Archivo General de Indias) y otro sobre un carmen de Granada, el de Rodríguez Acosta. Han sido reunidos bajo el título de La vida de los edificios. El autor explica en el prólogo que su justificación para elegir la Mezquita de Córdoba como edificio, y no por ejemplo la Alhambra, residió en que en la primera «ha quedado fielmente documentada toda la historia de España». He realizado una lectura en paralelo del texto de la revista y el ahora editado y coinciden excepto en matices y pequeñas diferencias en algunos párrafos, pero son iguales en lo esencial. Parte de la idea de que cuando se comienza a construir el edificio, a partir de la basílica de san Vicente, los arquitectos perseguían el objetivo de crear en Córdoba «una arquitectura modélica». Tienen presente la mezquita de Damasco, pero en la de Córdoba se produjeron innovaciones: «El primer rasgo que la convierte en singular y única es, sin duda, el cambio en la orientación de los muros: perpendiculares a la quibla, no paralelos, como era la costumbre». Describe el papel jugado por el uso del arco de herradura y cómo las bóvedas continuas definen una segunda dirección paralela a la quibla. En esa dualidad reside, para él, la estructura formal de la Mezquita.

Se ocupa de las diferentes ampliaciones, hasta la de Almanzor, y de lo que supusieron para la vida del edificio. A continuación trata sobre la construcción de la catedral, que desde su punto de vista no destruyó la Mezquita: «Más bien pienso que el hecho de que la mezquita siga siendo ella misma después de todas las intervenciones constituye un homenaje a su propia integridad». En consecuencia piensa que, dado que la arquitectura de la Mezquita de Córdoba se realizó con firmeza, ello ha hecho posible que la misma se haya fijado con el paso del tiempo con independencia de las ampliaciones y de las modificaciones a que se ha visto sometida. Sus palabras finales son concluyentes: «El respeto a la identidad arquitectónica de un edificio es aquello que hace posible el cambio, aquello que garantiza su vida». Esto son solo algunos de los detalles de un texto más que sugerente para todos los interesados en el pasado de la capital cordobesa. Ahora que es tiempo de regalos, de lecturas, les animo a que se hagan con este libro en el que sin duda encontrarán una evasión grata de la realidad que nos ha impuesto el inexplicable resultado de las elecciones en Cataluña.

* Historiador