Hoy mi alumno está solo. Se ve que los pocos compañeros de su clase tenían cosas más importantes que hacer. Se ve que con todo el dolor de su corazón han tenido que renunciar a quedarse en el instituto hasta última hora. Le digo a mi alumno que ha hecho bien en ser formalete, que la clase de hoy va a estar muy bien.

Mi alumno es de Mali. Le enseño español. Progresa adecuadamente. Hace poco simulamos una entrevista de trabajo y superó la prueba con nota. Es una máquina cazando al vuelo giros idiomáticos. Hablamos de la victoria del Barça ante el PSG. Como mi alumno es muy madridista, aprovecha una ocurrencia léxica de la prensa deportiva y me dice que la remontada culé fue una «robontada». Por un momento trato de imaginarme incorporando a una conversación cotidiana en bambara (la lengua materna de mi alumno) un juego de palabras oído en la tele o leído de pasada en la pantalla del móvil. Si mi alumno no tuviera que dejar de estudiar pronto para buscarse la vida --si el mundo estuviera bien hecho--, podría llegar lejos.

Leemos un texto sobre Tombuctú en el que aparece la expresión «árbol genealógico». Hablamos de nuestras familias repasando los términos que indican parentesco en castellano. Mi alumno me cuenta que en su tierra cualquier hombre tiene la obligación de contarle a sus hijos antes de morir quiénes fueron sus antepasados rama por rama. Mi alumno me explica que en Mali no hay viejos como aquí y que a los cincuenta y tantos el personal ya está bastante cascado. Mi alumno habla con naturalidad de la asfixiante escasez de su casa, de la decisión de separarse de los suyos en busca de una bocanada de futuro.

Cuando ya estamos a punto de terminar mi alumno me dice que busque en Internet la palabra «Kidal». Me entero de que Kidal es una región conflictiva del norte de Mali, una zona dominada con el beneplácito de Francia por el MNLA, un ejército independentista tuareg. Mi alumno me relata con naturalidad el momento crucial en el que, montado en una camioneta camino de Argelia, creyó que iba a morir asesinado por un miembro de esta organización. A pesar de que los soldados del ejército de Mali les advirtieron del peligro de caer en una emboscada, decidieron continuar el incierto viaje a fuerza de desesperación. Y se encontraron con los rebeldes: la metralleta a la altura de la cara, los malos hablándose entre ellos --tal vez alguna carcajada sórdida--, el poco dinero guardado que se esfuma para salvar el pellejo, el alivio y la rabia y la pena de quedarse sin nada.

Mi alumno nunca se pone intenso. Lo cuenta todo con una sonrisa que debe de brotar de un fondo muy puro. Pese a tener toda la vida por delante, a veces parece estar muy cansado. Tiene piso hasta el veintialgo de mayo. Luego ya veremos. Suena el timbre. Acaba la clase. Me despido de mi alumno. Debería haberle dado las gracias por la lección de hoy.

* Profesor del IES Galileo Galilei