La inmensa mayoría de las tradiciones populares de Córdoba, como las de toda Andalucía, España e incluso Europa, tienen una raíz cristiana, porque Europa tiene raíces cristianas en su cultura, en sus costumbres, en sus fiestas. Córdoba también.

Córdoba es evangelizada en los albores del cristianismo. En el año 300 tenemos una floreciente comunidad cristiana, con el obispo Osio de Córdoba al frente, el catequista de Constantino y el que preside el concilio de Nicea (325). Toda esta zona del sur de España es muy católica para entonces. Estas son nuestras auténticas raíces.

Viene después la conquista de los musulmanes, que ha dejado preciosas huellas en edificios como la antigua Mezquita, hoy Catedral de Córdoba, y ha hecho desaparecer otras anteriores cristianas. La cultura musulmana ha sido transitoria, aunque haya durado siglos.

Y desde hace casi de ocho siglos, después de la conquista de Fernando III el Santo en 1236, Córdoba es cristiana por los cuatro costados, convirtiendo esa preciosa Mezquita en Catedral, templo emblemático de la ciudad, señal de identidad de nuestra ciudad por todo el mundo.

Voy visitando toda la diócesis (que coincide con la provincia) y constato que casi todas las fiestas giran en torno al misterio cristiano: la Navidad, la Semana Santa, las Cruces, las fiestas patronales de la Virgen y de los Santos. No sucede así en el mundo protestante. Es típicamente católico ese sentido festivo de la vida, en torno al gozo de ser cristiano. La vida cristiana consiste en la alegría de ser salvados por Jesucristo Redentor y su Madre santísima, que siempre nos acompaña. En torno a cada fiesta han ido surgiendo multitud de costumbres, incluso tipos de dulces o comidas típicas para cada ocasión.

La Iglesia católica entiende que todas esas costumbres, cuyas raíces son cristianas, pueden ser recuperadas y vividas con su verdadero sentido cristiano, al menos por los que son creyentes, y en nuestra sociedad actual no sabemos muchas veces dónde está la línea divisoria, cuando la inmensa mayoría de los habitantes todavía pide el bautismo para sus hijos. Resulta por tanto chocante que una pequeña clase dirigente quiera borrar toda huella cristiana en nuestras fiestas populares, y me parece acertado que a tales fiestas se les devuelva su genuino sentido cristiano, en el que pueden implicarse más o menos los que participan en las mismas.

De fondo se plantea si la religión es o no un bien para la vida social. A mí me parece un bien excelente, porque Dios nunca es enemigo del hombre ni rival de su felicidad, sino amigo y aliado del hombre para hacerle feliz ya en la tierra, y eternamente en el cielo.

* Obispo de Córdoba