Dicen los estudiosos, y tiene todas las trazas de ser verdad como demuestran las historias y los textos literarios de las diferentes épocas, que las razones y las motivaciones que empujaban a los antiguos a tener unas u otras conductas son similares y vienen a ser las mismas que las que manejamos en nuestro tiempo. Los deseos que les incitaban en el contacto con los demás, los sentimientos que los embargan, los estímulos que percibían en las relaciones sociales y hasta los resentimientos que les llevaban a actuaciones lamentables tenían el mismo perfil que lo que nos ocurre a nosotros. Las descripciones históricas de cómo pensaban y se comportaban, tanto en los asuntos de cada día como en las grandes ocasiones, no difieren en absoluto de los modos que utilizamos los modernos aunque a primera vista pudiera parecer otra cosa. Y las obras de ficción narran los comportamientos y las actitudes de nuestros viejos colegas con argumentos que a fin de cuentas tienen plena validez aplicados a las querellas y las cuitas que nos ocupan hoy. Desde que nuestra especie se conformó más o menos a como somos ahora, siempre se amó, se odió, se olvidó, asesinó o sonrió por los mismos motivos y de idéntica forma. Y los celos, las frustraciones, las desconfianzas, las lealtades sirvieron para dirigir nuestra vida como ocurre hoy día.

Ello viene a significar que el interés y las demás circunstancias de la conducta humana se mantienen lo mismo a través de los siglos y que lo único que ha cambiado son los contenidos o el marco general pero en todo lo demás estamos como el primer día. Basta echar una ojeada a las páginas de sucesos de cualquier periódico para darse cuenta de que los motivos que tuvo Caín para asesinar a su hermano aparecen cada día detrás de otros muchos incidentes de sangre y dolor con unas u otras variantes. Y las tragedia griegas están llenas de símbolos, promesas, discusiones, amores y desamores que podría firmar cualquier autor teatral de nuestro tiempo. La especie humana, nuestra especie, tiene unos modos de comportamiento que no han variado sustancialmente a lo largo del tiempo. Hemos complicado los instrumentos con los que nos manejamos, de los que el lenguaje es el mejor ejemplo, creado instituciones, trámites, recursos y procedimientos a los que hemos de atender para hacer cualquier cosa que nos resulte de más o menos interés pero nuestras cuitas y nuestros impulsos siguen siendo, como en el chiste, los mismos de siempre, tan elementales y tan primarios como lo han sido siempre desde que empezamos a tener vida común. Es la sensación que produce leer aquella frase de Séneca cuando se quejaba de cómo, decía, se ha perdido la amistad y ya sólo interesa el dinero, una frase que cualquiera de nosotros hemos dicho u oído un montón de veces.

Hace casi unos treinta años un etólogo de bastante importancia, Richard Dawkins, explicó que podía pensarse que, de la misma manera que hay unos agentes básicos, los genes, responsables de la evolución y de que los hijos se parezcan a los progenitores, algo parecido ocurre en cuanto a lo cultural, a lo que habitualmente señalamos como lo aprendido. Y llamó memes , una palabra que con modificaciones extrajo del griego y que significa imitación , a los elementos culturales que pasan de un cerebro a otro mediante la copia o imitación. Los memes son los comportamientos culturales que cada uno de nosotros asume desde que nacemos y que nos permiten interpretar el mundo a imagen y semejanza de los que vinieron delante. Los modos de expresarse, los tipos de fiestas y la forma de vestir, la manera de entender la vida y la muerte, los ritmos de la alimentación o la urbanidad de los saludos son otros tantos memes que la cultura ha fabricado a través de las generaciones que nos precedieron. De acuerdo con la terminología de ese autor, cada uno de nosotros somos el resultado de nuestros genes y nuestros memes.

Por lo que se ve de todo lo anterior, parece que nuestros memes apenas han cambiado a través de los siglos aunque en algunas cosas utilicemos instrumentos más asequibles. Lo que, dicho de otra manera, viene a significar que poco o nada hemos mejorado en nuestra vida social y eso hay que reconocerlo sin paliativos de ningún tipo, entre otras razones porque, como ya ha dicho mucha gente importante, únicamente desde el reconocimiento de cómo son las cosas se pueden establecer mecanismos para que funcionen algo mejor.