La larga marcha catalana --por el derecho a decidir, ayer; por la independencia, hoy-- crece y se robustece cada año. Los que creemos que ninguna larga marcha acaba bien, deberíamos, no obstante, de dejar de engañarnos al dar poco valor a las enormes manifestaciones de la Diada. El colorido, la alegría, los millares de niños y globos y los cantos pacíficos "sin pancartas que muerden", no se deberían confundir con atrezzo. Son marchas populares, familiares y nacionales. Es palmario que un número más que respetable --y continúa creciendo-- ha decidido separarse del resto de España. La cosa van tan de veras que no les cansa tantos años de movilización, sino que se hace más hondo su aliento.

Esa marcha pacífica hacia la independencia no es un viaje a ninguna parte como sostiene el inmobilismo instalado en nuestro Gobierno, nuestras sorprendidas élites económicas y la vocinglera clerecía. Hace menos de un año Rajoy transmitía a la colonia periodística extranjera en España que la cuestión catalana era un asunto doméstico. Y se supone que algo parecido diría a sus colegas europeos cuando estos le manifestarán curiosidad por el fenómeno. Hoy, mutatis mutandi, sin enmendar en absoluto su discurso de hace unos meses roza los codos de Merkel y Cameron para pedirles humildemente que afirmen en público que una nación catalana no tiene cabida en Europa.

Por su parte, Mas y la larga barraca "pel sí" que le acompaña se esfuerzan en algo parecido pero con la prensa extranjera. Nunca acudió tanto periodista foráneo para seguir una Diada y su corolario de declaraciones y fastos públicos. Las crónicas sobre el momento catalán se multiplican y advertimos nuevos matices en ellas y algunas sospechas de que "las cosas están cambiando". El tema catalán no deja de engordar y comienza a ser demasiado ¿explosivo? como para considerarlo solo un asunto interno. Numerosa prensa comienza a observar --como tantos aquí-- que el Gobierno de España y la Generalitat, junto a sus respectivos ejércitos de influencias y propaganda, se han instalado en ambas márgenes del Ebro, como si este fuera nuestro particular Danubio de los nacionalismos, para exhibir sus banderas y gallardetes, corazas áureas y bermejas y otras farfollas que tanto gustan en las tertulias políticas.

Todo se está desplazando tan al límite del tablero que hasta las soluciones en reserva: diálogo, federalismo y reforma constitucional, podrían estar quedándose obsoletas. Al final de todo, porque también esto acabará, unos y otros tendrán que tirar para redactar sus acuerdos de las cataplasmas que ahora rechazan. Pero no sabemos en qué cuadro se inspirará el artista encargado de inmortalizar esta peripecia histórica: el Guernica o El Abrazo de Vergara.

* Periodista