Quedarse a vivir como una oruga en el silencio, resistir en el frío como un pájaro en la nieve o como una libélula en medio de una tempestad, son imágenes que se me ocurren cuando pienso en las gentes que habitan el lugar más solitario y abandonado que existe en la península: la denominada Serranía Celtibérica, un territorio montañoso y gélido que abarca la extensión de 1.355 pueblos, muchos de ellos hoy, por desgracia, abandonados. En las últimas décadas el mundo rural se ha ido secando de un modo lento, terco y persuasivo con el sigilo absoluto y la inocencia de uno de esos erizos torpes, solitarios, que, al cruzar el asfalto, son aplastados por un coche y dejan su piel tronzada a la intemperie sabiendo que nadie les prestará socorro. Nadie se acerca nunca a recogerlos. Los pueblos se mueren y se van deshaciendo poco a poco cuando el olvido pisa sus entrañas: sus paredes rugosas se van descascarillando y en sus patios y corrales acaban creciendo las ortigas. Hay zonas rurales que se están quedando huérfanas de risas de niños y paredes encaladas. En esos rincones crece la demotanasia, un término nuevo que empieza a ponerse ya de moda, descubierto, o inventado, por la investigadora María Pilar Burillo. Lo que Paco Cerdá, excelente periodista, ha denominado con mucho tino Laponia española es un enclave geográfico amplio y denso, de una extensión de 65.000 kms2, que, no obstante, es el más despoblado no ya de España, sino quizá también de toda Europa, pues tiene una media de 7 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que la normal de nuestro país es de 92 en el mismo espacio. Las cifras, en principio, abruman y estremecen. Reconozco de entrada que desconocía la existencia de este vastísimo y sobrio territorio que contiene fragmentos o espacios de diez provincias, todas ellas pertenecientes a regiones distintas: Castilla-León, La Rioja, Castilla-la Mancha, Aragón y Valencia. Ahí en ese enclave, denominado por algunos como la Serranía Celtibérica, es donde se centra el libro de Paco Cerdá, un ensayo emotivo, muy bello en su tono literario, aunque lleno también de datos y cifras que conmueven.

Mi deseo, sin embargo, no es hablar de datos, ni tampoco de números y cuestiones estadísticas, sino hacerlo del mágico ensayo periodístico que Cerdá ha titulado Los últimos, voces de la Laponia española y, en muy poco tiempo, ha tenido varias reediciones. Almas derruidas, abandonos, silencios y orfandades, fracasos y olvidos cosen la Nada metafórica, subyugante y poética en su sobrio desamparo, que Cerdá nos dibuja en su espléndido trabajo sobre esa España vacía que se muere o quizá ya murió hace mucho tiempo, cuando sus hijos empezaron a abandonarla, y hoy estamos todos velando su cadáver, aunque muchos se nieguen a reconocerlo. Para comprobar que una parte de esa patria --la más olvidada y ninguneada socialmente-- yace cadavérica en mitad del abandono, uno debe adentrarse en “Los últimos, voces de la Laponia española” y escuchar las palabras arrecidas de la gente que habita ese mundo vacío y fantasmal, habitantes de un universo casi onírico, desolador, tendido a la intemperie, como, por ejemplo, Matías el Pastor, un anciano solterón “que se niega a tener teléfono móvil para que nadie le moleste cuando saca las ovejas” o el niño Juan Muñoz, el único chiquillo en edad escolar de Selas, un pueblo perdido en la lánguida maraña de esa «Serranía Celtibérica» que, a primera vista, puede parecer, más que un paisaje auténtico y real, un territorio genuino y literario.

Duele reconocer que, aunque nos pese, esa España paupérrima, sola, desolada, apartada de los avances tecnológicos, siempre fue olvidada por los próceres augustos que, según parece, se avergonzaron de ella y apoyaron, desde hace unas décadas, el éxodo, la huida del hombre rural a un espacio urbano que, no obstante, al final, en muchísimas ocasiones, lo fagocitó y lo abandonó entre las cloacas de sus barrios más pobres, sucios y marginales. Hoy algunos políticos intentan remediar -según leí en un diario de Castilla-- la fatal situación que otros antes propiciaron intentando extraer a esos pueblos derruidos del gran lodazal que ellos propiciaron. Sin embargo, el asunto no tiene remedio: el dibujo espectral del abandono de esa España analfabeta y rural, según algunos, ha quedado muy bien fijado en este libro de Paco Cerdá, una obra imprescindible para entender lo que ocurre en la otra cara de un país, el nuestro, absolutamente invertebrado.

* Escritor