Me pregunto cómo se atreven esos ladrones de cuello blanco a pedir a la gente normal, o sea a los asalariados o a los autónomos y aún más a los parados, que recorten su vida. Es simplemente inmoral. Durante todos estos años de crisis, y visto que dependíamos de la UE para salir de la recesión, creía ingenuamente que no teníamos más remedio que rebajarlo todo: gasto social y expectativa vital. Y he discutido que el montante económico no era comparable al déficit que entre todos habíamos construido creyendo que somos un país rico. Ahora, claudico. No es una cuestión de cifras; es una cuestión de valores.

Después de ver cómo directivos de bancos se subían el sueldo millonario mientras su entidad bancaria era rescatada con dinero público, o sea, con el dinero que no cobrarían todos aquellos a quienes se recortaba; después de ver cómo exministros utilizaban tarjetas más negras que su vergüenza, que presidentes musicales perdían la cuenta de los millones que robaban, después de constatar cómo todos los partidos que han gobernado suficiente tiempo aquí y allá se han embrutecido por la corrupción, creo que hacen muy bien aquellos que honestamente viven de su trabajo de no querer saber nada ni de rebajas ni saldos. ¿Hemos llegado al final y podemos afirmar que la corrupción generalizada es fruto de una época ya pasada? Algo, sí. La impunidad ya no es absoluta.

El caso más reciente, Murcia. La corrupción ha legitimado a la oposición para activar una moción de censura contra el presidente de la comunidad, Pedro Antonio Sánchez, ahogado por presuntos delitos de haber robado. Pero solo cuando era cuestión de horas que la presidencia fuera a manos socialistas, el PP ha dejado caer a Sánchez. No por decencia política, sino para no perder cuota de poder. Mientras la apuesta de los partidos para luchar contra los corruptos no sea potente, diáfana y decidida, no tenemos por qué escuchar ninguna cifra que pretenda rebajarnos la vida.

* Periodista