Hayek (1899-1992); Friedman (1912-2006) y Buchanan (1919-2013). Ahora, sí, los keynesianos de todos los partidos gastarán hasta reventar, elevando el déficit público a una nueva forma de caciquismo para comprar votos y convirtiendo la deuda pública en un cáncer para futuras generaciones.

Con el fallecimiento de James M. Buchanan (Premio Nobel de Economía en 1986) se ha perdido el último gran referente de la santísima trinidad liberal que iluminó con los valores de la libertad política, la autonomía moral y la competencia económica el siglo XX.

Líderes de la oposición intelectual al fascismo y al comunismo --junto a conservadores como Leo Strauss o socialistas como Bertrand Russell--, Hayek, Friedman y Buchanan plantaron batalla al hecho cultural más significativo del siglo XX: el crecimiento elefantiasico del Estado, algo lógico para las mentalidades antiliberales de Hitler/Goebbels y Lenin/Stalin, y que se impuso incluso dentro de las democracias liberales "gracias" a que Roosevelt/Keynes consiguieron que su paradigma a favor del gasto público como panacea para todos los males económicos se impusiera.

Sin embargo, Hayek, Friedman y Buchanan advirtieron a contracorriente del pensamiento único keynesiano que el mantra de la elevación progresiva de impuestos, el gasto público indiscriminado y la creación arbitraria de dinero no sólo era ineficiente, creando las burbujas económicas que cuando estallan se convierten en tsunamis financieros, sino injusto con las futuras generaciones que tendrán que pagar las orgías de sus padres y abuelos. Como puede comprobar la juventud española de esta década, que va a tener que pagar, en forma de empobrecimiento y crisis, los mundiales, olimpiadas, exposiciones universales, AVEs y demás fastos de los "felices" y botelloneros años 80 (y 90 y 00).

Buchanan, en su monumental El cálculo del consenso , advirtió que cuando un político puede manipular sin cortapisas el presupuesto lo hará para aumentar su cuota de poder y prestigio con la excusa de beneficiar a los votantes. Por ello insistió en la necesidad de imponer límites constitucionales al gasto para que, como Ulises amarrado al mástil, no dejásemos que los políticos gastasen dinero a espuertas, presuntamente para beneficiarnos pero que, más pronto que tarde, terminaría por meternos en un agujero negro de impagos y falta de crédito.

Su última gran obra publicada en España, Los límites de la libertad , es una obra maestra en la que la economía, la política y la moral --Adam Smith, Hobbes y Kant-- armoniosamente se entrecruzan para ofrecer la mejor respuesta contractualista --un término medio virtuoso entre el excesivo Nozick y el ambiguo Rawls-- a la gran pregunta de nuestros días: ¿cómo limitar el Leviatán estatalista para que la libertad vuelva a ser el valor fundamental? Porque el problema no es "Estado cero / Estado infinito" como plantean, respectivamente, anarquistas de izquierda y derecha, por un lado, y fascistas y comunistas, por otro. Sino encontrar el mínimo Estado posible para que se produzca un mayor número de ciudadanos libres y ricos (los dos fundamentos para alcanzar esa cosa llamada "felicidad"). O, dicho de otro modo, armonizar los errores de mercado con los fallos del Estado para conseguir no el mejor de los mundos posibles, esa dichosa utopía que nos ha conducido una y otra vez a infiernos totalitarios, sino el mucho más modesto, humilde y burgués objetivo de consolarnos con lo "menos malo": la democracia constitucional y la economía de mercado.

En un tiempo como el actual en el que políticos como François Hollande intentan la confiscación de la riqueza individual elevando la tasa impositiva al 75% (para "redistribuirla" dicen, mientras se pasean en sus coches oficiales y reparten subvenciones a grupos de presión amigos) o le plantean a Obama que acuñe una moneda de platino de un billón de dólares (lo que se le ha debido de ocurrir a los académicos de Laputa); en un mundo en el que las grandes empresas capitalistas tratan de acabar con la competencia (¡con el capitalismo!) gracias a los favores que les concede el monopolio estatal, una reflexión como la de Buchanan sobre los límites del mercado y del Estado, para que el ciudadano sea el soberano y no un súbdito sometido a la partitocracia y al mercantilismo, es ciertamente fundamental.

* Profesor de Filosofía