Córdoba cuenta desde hace días con un nuevo símbolo, semioculto en un camino con dos mil años de historia, uno de esos hitos que están llamados a convertirse en una de las pequeñas--grandes leyendas cordobesas. Se trata, semioculto en un camino de dos mil años de historia, de una huella en piedra pensada, precisamente, para dejar huella. Una marca con forma de mano esculpida en una roca cerca de Cerro Muriano y pasada Villa Enriqueta, en el Camino Mozárabe, justo al lado de la placa que recuerda también a Vicente Mora, el que fue presidente de la Asociación del Camino de Santiago.

La marca en piedra es un trabajo del escultor José María Serrano Carriel, el artista de la obra Vientos de Cambio en el Paseo de Córdoba, el del Cristo de la iglesia de Santa Cruz, el del grupo escultórico dedicado al Padre Cosme que desgraciaron pegándolo a un rincón en la plaza de Las Cañas o el de El Aviador , en la glorieta de acceso al Aeropuerto.

Pero esta pequeña obra, que se inauguró con la visita de la federación andaluza de asociaciones jacobeas, es distinta a todas las que ha hecho Serrano Carriel y, si me apuran, cualquier otro artista en Córdoba porque, en plena naturaleza, no solo está pensada para ser tocada, sino también para ser deteriorada , transformada a lo largo de años y de décadas por la lluvia, el sol y el viento y, sobre todo, por las miles se manos de todos aquellos peregrinos, viajeros, senderistas y caminantes que pasen por el sitio.

Como el presidente de la Asociación del Camino de Santiago de Córdoba, Isidro Rodríguez, yo también quiero ver en esa humilde marca en la roca la mano de su mujer, Marisa, una huella tan firme en piedra como sensible, con su contorno femenino de dedos largos y delgados. Una huella hospitalaria, eterna y ancestral como la tierra misma.

Quizás algún día, algún siglo, el recuerdo se deforme al igual que la propia huella de la mano de Marisa y se convierta en leyenda. Quién sabe, lo mismo dirán que "quien pone la mano en la marca, se casará", como ahora le aseguran a los turistas si frotan el pie de la estatua de Maimónides. O quizá hablarán de la leyenda de la princesa Marisa (lo que, por cierto, no estará muy equivocado). O puede que alguien atribuya la marca a una santa medieval que obró un milagro... No importa. Los hitos artísticos, una vez lanzados a la historia, dejan de pertenecernos y pasan a ser propiedad del tiempo mismo y de la imaginación de las futuras generaciones. Eso, incluso, hace esas obras de arte más grandes.

En todo caso, para mí esa huella dejada en piedra no es una mera anécdota. Es una mano pensada para engrandecerse con miles de manos de cordobeses y viajeros (comenzando por la propia de Marisa), una invitación a caminar juntos y un símbolo de esperanza y futuro en estos tiempos grises. ¿Les parece poco?