No lo pudieron evitar. Aunque algunos convocaron a la ciudadanía para preguntarles la trascendental cuestión de si querían una feria más larga en la que ocupar al 26% de la población parada, y otros se entretenían con la competición europea de los millonarios del balompié, al final pasó la inevitable rotura de un cesto hecho con malos mimbres. Tomando como epicentro el solar patrio, se desató la tormenta perfecta bajo la que ponerse a refugio. Como dicen las leyes de Murphy, todo lo malo es susceptible de empeorar. Y así fue. Las olas encrespadas de los numerosos juicios políticos por corrupción de sus dirigentes, el descarado y vergonzante espectáculo de las tarjetas black, la monarquía en aprietos diversos por desaires de esposos, hijas y yernos; o la reiterada frustración de los ciudadanos que situaban a la clase política como eje de sus males, fueron avisando de lo que podía suceder y del secuestro partitocrático que sufría nuestra democracia.

Todo ello fue la aproximación lenta e imparable hacia el tsunami político y económico que ha ido creciendo y nos arrastra hasta cotas desconocidas. Primero, el Estado se aproxima a un año sin gobierno afianzando una parálisis institucional sin precedentes, llevándonos hacia unas terceras elecciones generales por la bochornosa falta de diálogo y sentido común de los representantes públicos. En otro punto cardinal, la Comisión Europea nos apremia con urgencia a recortar el techo gasto y el control del déficit -lo que supone más recortes-- que haga viable una economía que no termina de despegar y arroja serias sombras de duda. Como tercer elemento, el partido que más años gobernó nuestra democracia y principal alternativa de gobierno afronta una crisis inédita con la dimisión de la mitad de su comisión ejecutiva federal, mostrando así el pulso entre dos visiones opuestas dentro de un contexto general de conflicto y apuros para la socialdemocracia europea. Y por si fuera poco, el presidente del gobierno de Cataluña convierte su cuestión de confianza en toda una insurrección política y jurídica tanto contra el Estado como contra el ordenamiento constitucional más esencial.

No podemos luchar contra los elementos, diría Felipe II. Ahora, los elementos tienen nombre y apellidos, carnet de partido y respetables cuentas bancarias. Nos queda al fín Cosmopoética, a la que iremos buscando la elegía como lamento, o nuestras tabernas afamadas en el mundo en las que ahogar con finos tanto desatino, o la canción protesta como bandera de lo que queremos ser. En milanuncios e infojob se publica el reclamo: «Se busca líder cualificado, decente y coherente, que no se lleve la pasta por la cara ni cierre los ojos a quienes lo hacen, que crea en la democracia de la sociedad y no tenga al partido en contra, que presuma del país en el que vive, no tenga sus cuentas en el extranjero y tenga un proyecto de futuro para mejorar la vida de sus compatriotas». Si lo encuentras, enhorabuena, no lo sueltes y pásalo.

* Abogado