Antonio es escritor: su saber y quehacer son enciclopédicos, como hombre del Renacimiento que es, si bien a destiempo (oscuro mundo con sus contradicciones).

Antonio es muchas cosas: su epidemiología, sus ensayos, su teatro, su novela y para mí lo esencial, su poesía.

Recibo este libro, La Casa, su último poemario. En él vuelve la infancia. Los años parecen pasar inadvertidamente (aunque todavía nuestro héroe es joven). Aparece su Montilla natal y de su adolescencia... el patio con el limonero, el jardín y el magnolio de grandes y blancas flores, sus buganvillas y jazmines, su madre de inagotable ternura, el gato negro (que nos retrograda a las ocultas ciencias, la magia, el medieval consorcio de la brujería) y ¡cómo no! el amanecer y el crepúsculo, ya de niño entrevistos con su halo poéticos --olvidados y recuperados-- para bienestar e inspiración suyos, su claridad y excelsitud de poeta, que nos lo distingue con su perfil más puro, como yo lo contemplo.

Antonio olvida el recorrido que lo ha hecho grande --adalid del amor y correlato de la muerte-- su anterior prevalencia poética, de una rotundidad original y pasmosa, añadiendo a su numen esta mirada, esta melancolía, tan tierna, tan reposada, completando así su humanísima andadura poética. Nos alegramos por este cambio, este giro a una contemplación que imaginamos más vital y jubilosa para él y los que le escuchamos.

<b>Jacinto Mañas Rincón (a mi amigo Antonio)</b>

Córdoba