La estaca ha abandonado la canción para clavarse en el cuello de Juan Ignacio Zoido. No ha sido en la realidad, o al menos no en la realidad tangible de la vida, sino en la metafórica del sueño --más bien pesadilla hedionda-- de un guionista y colaborador de TV3, Jair Domínguez, que ha publicado un artículo en la revista Esguard en el que propone «estacar la cabeza» del ministro de Interior. Este escalador cimero del independentismo literario ha cubierto de imaginación gastronómica la fisonomía de Zoido, como ha publicado El Mundo, explicando cómo se come «la papada de Zoido» tras «estacarle la cabeza sobre una mesa de neurocirujano». Como comprobamos fácilmente, un fenómeno del talento metafórico, un meteoro de la literatura que en un estado de verdad represor nos seguiría surtiendo de piezas literarias de voltaje a la manera bequeriana: desde su celda. «No ofende quien quiere sino quien puede», ha dicho a Europa Press un portavoz de Interior. Lo cierto es que la publicación coincide con la aparición de unos monigotes con símbolos del PP, PSOE y Ciudadanos colgando bocabajo de un puente de la autovía C-17, entre Vic y Tona, en Barcelona. Estos muñecotes no son solo una prueba de la ruptura de la convivencia, como afirma el ministro Méndez de Vigo, sino un símbolo macabro de lo que se ha intentado hacer con una población: no solo excluirla del debate político, ignorando el discurso de la integración nacional, sino también despeñarla hacia el vacío. Esta gente parece tener claro a quien hay que ahorcar, o despeñar hacia el vacío, pero nadie parece haber pensado --como se ha visto-- en el día siguiente de la ejecución. Esto es una estaca en toda regla fuera de su compromiso primigenio: porque ahora esa estaca, que también porta Lluís Llach, está encendida con las brasas ardientes de quienes solamente querían convivir. Vaciada de sentido, atravesando la cabeza de Zoido en su prosa ramplona, la estaca del independentismo se redefine a sí misma.

* Escritor