La semana pasada murió el canciller Helmut Kohl. Supongo que, para una mayoría de los españoles, la que siempre vivió en democracia y la que no recuerda a España fuera de Europa, era un casi perfecto desconocido. Sin embargo, para aquellos que pertenecemos a la generación de la Transición, esos que estrenábamos ciudadanía hace cuarenta años, Kohl es uno de esos referentes imprescindibles. Un referente en un grupo de personalidades fundamentales que hicieron mucho por configurar el conjunto de instituciones políticas, sociales y económicas de las que ahora disfrutamos en España y en Europa. Un grupo de personalidades (el Rey Juan Carlos, Suárez, F. González, Schmidt, Mitterrand, Delors, Craxi, etc.) entre las que siempre destacó el doctor Kohl.

De pensamiento social cristiano, lo que en España habría que traducir por un centrismo pragmático, Kohl será recordado en Alemania y Europa por dos hechos esenciales que no nacieron de su ideología, sino de su forma de interpretar la historia (especialidad en la que se había doctorado en Heidelberg). Dos hechos íntimamente unidos que certificaban el final del siglo de guerras europeas que llamamos mundiales: la reunificación alemana y la construcción de la Unión Europea.

Recién llegado al poder, en octubre de 1982, Kohl supo ver que la construcción europea necesitaba un nuevo impulso, pues había salido muy dañada de la forma en la que los grandes países habían enfocado la crisis de finales de los setenta, especialmente por las devaluaciones competitivas y las políticas económicas ultranacionalistas. Fue el primer líder europeo en darse cuenta de que había que avanzar en una integración más profunda, al mismo tiempo que había que ampliar el número de socios como una forma, no sólo de mejorar el crecimiento económico de todos, sino de afianzamiento de un bloque que superara la dependencia de los Estados Unidos. Supo convencer al presidente Mitterrand, socialista y nacionalista francés, de la bondad de un nuevo tratado de la Unión y de la necesidad de las ampliaciones. El Acta Única Europea de 1986, que daría lugar al Tratado de la Unión Europea de Maastricht de 1992, sería el primer paso hacia la Unión Europea del euro, de la ciudadanía europea, de la libre circulación de personas, etcétera que hoy conocemos. En paralelo a esta política europea, Kohl mantuvo la estrategia alemana de la Östpolitik, es decir, el acercamiento al Este, especialmente a la otra Alemania, como una forma esencial de ir superando las cicatrices de una guerra, la Mundial, que él había vivido en su adolescencia. Kohl siempre estuvo atento a lo que pasaba en el otro bloque y supo ver las señales de desmoronamiento que se iniciaron con Mijail Gorbachov en 1985. Un desmoronamiento en el que encontró la oportunidad de reunificar Alemania en una operación sencillamente audaz. Con el apoyo del Presidente Bush (padre) y de sus socios europeos (González, entre ellos), logró sortear la oposición de la Primera Ministra Thatcher y del presidente Miterrand, y, hacer en menos de un año, una unificación que se inició con la caída del Muro en noviembre de 1998 y culminó con el tratado del 3 de octubre de 1990 por el que desaparecía la RDA.

Sólo por su contribución a la construcción europea y el éxito de la reunificación, el Canciller Kohl merece un sitio en la historia. Como merece un sitio en nuestra historia, pues fue él y su gobierno el que ayudó al de Felipe González a cerrar la difícil negociación de nuestra adhesión, que Francia estuvo bloqueando (por temas que ahora nos parecerían nimios) durante tres años. Kohl fue, posiblemente, el mejor Canciller que pudimos tener.

Por eso, por haber configurado la moderna historia de Europa y, con ella la nuestra, y por lo mucho que siempre ayudó a nuestro país, creo que los españoles, a fuer de bien nacidos, deberíamos recordarlo, mandando el pésame a los alemanes y diciendo, in memoriam, sencillamente «Vielen Dank, Kanzler Kohl, für seine Unterstützung und Freundschaft».

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía