Según algunas hipótesis, el sexto mes del calendario gregoriano (cuarto en el primitivo anuario romano), debe su nombre a Junio Bruto, fundador de la República, mientras que otras sostienen que tal nombre es deudor de la diosa Juno, y otras aún que lo es de la juventud, al que estaba dedicado. Acoge días radiantes del astro rey, que comienza a bajar para dar comienzo a los rigores propios de la estación que se aproxima. Por la festividad de san Alejandro, ya se dice que el calor se va notando. Y con buen tiempo en junio, tenemos verano seguro. Es un mes que transita, pues, de la primavera al estío. Entre sus numerosas fiestas, destacan dos: la del Corpus Christi, que este año será el día 15; y las celebraciones incluidas en el ciclo de san Juan, desde la noche del día 23 hasta la festividad de san Pedro Apóstol.

En la religión tradicional, la festividad del Cuerpo del Señor configuró durante años nuestra vida social. Es la de mayor solera, si exceptuamos la Semana Mayor, y supone la cima del ciclo que, comenzando en ésta, cierra las celebraciones pascuales. Tiene lugar sesenta días después del Domingo de Pascua, y su finalidad es la de exaltar la unidad e igualdad entre creyentes como signo del Cuerpo Místico, siendo la Eucaristía el instrumento para dicha transformación y el camino natural hacia la vida de gracia. No serían pocos los cristianos que durante el Medioevo sintieran la necesidad de adorar la Hostia consagrada, a la que siempre consideraron el verdadero Cuerpo del Señor, en contraste con las doctrinas difundidas por Berengario o por los cátaro-albigenses, quienes negaban la presencia real de Cristo en aquella.

Odón, obispo de París, ordenaría a sus fieles que practicaran la devoción a la Sagrada Forma de acuerdo con la inveterada costumbre que ya existía en su diócesis, lo que contribuyó a asentar esta festividad, instituida en 1264 por el papa Urbano IV para celebrar el jueves siguiente a la Octava de Pentecostés, siendo confirmada por Clemente VII en 1311 en el Concilio de Viena. No sería hasta seis años más tarde cuando el pontífice Juan XXII le añadió la procesión que hoy conocemos, cuyos antecedentes más inmediatos habría que buscar en la celebrada en 1279 por las calles de Colonia en honor al Santísimo. Desde aquel mismo momento, su culto quedaría arraigado en tierras andaluzas, prevaleciendo en ellas un sólido carácter festivo sobre lo majestuoso, y en donde a buen seguro un éxtasis de incienso emerge a la medida de la música. Fueron las palabras del referido sucesor de Pedro quien hizo esto posible cuando en su bula sostuvo la célebre proclama de ‘cante la fe, dance la esperanza y salte de gozo la caridad’, vocablos que aquí se interpretaron con tal literalidad que ni tan siquiera en Trento se les pudo censurar cuando se refirieron en el Concilio a la Eucaristía; por el contrario, cooperarían en la afirmación del misterio, en contra de las ideas sostenidas por Zwinglio, quien negaba la presencia real de Cristo, o las de Lutero y Calvino relativas al carácter de sacrificio de la misa, al sacerdocio de Cristo o al institucional y jerárquico dentro de la Iglesia.

El culto se institucionalizó a través de la devoción a las llamadas ‘Cuarenta Horas’, uno de los ritos más populares de la Contrarreforma católica, que ya venía celebrándose desde fines del Trescientos. Su devoción, lo mismo que la del Santísimo, se difundiría por todo el orbe cristiano, y su conmemoración contribuiría sobremanera al esplendor de las fiestas y comitivas del Corpus Christi tal y como hoy las conocemos, en las que la piedad voltea sus bateas de flores. Desde aquel momento, comenzaron a engalanarse las calles por donde habría de transitar la procesión, siendo en el referido Concilio de Trento cuando se le imprimió su carácter contrarreformista, que aún se mantiene, para poner de manifiesto el triunfo de la verdad sobre la herejía, relevancia expresada durante toda la Modernidad. Era la ocasión para la convocatoria de la ciudad nueva como símbolo de los que habían hecho el camino y de quienes faltaban por concluirlo, extendiéndose la idea medieval de que la sociedad era un solo cuerpo en el que cada estamento representa un órgano, siendo el cortejo callejero su retablo más característico, en el que no faltaba la Iglesia jerárquica, las cofradías de menestrales y los santos de la urbe. Con las palpitantes campanillas que anuncian la Custodia se culmina así la historia de amor que se instituyera en la Última Cena.

En cuanto a la otra festividad, coincidente en el hemisferio norte con el solsticio de verano, la de san Juan, con su recogida de hierbas y el aroma de plantas pasadas, hogueras y demás rituales con fines terapéuticos, su origen se remonta a la noche de los tiempos, y posee todos los caracteres de una celebración de iniciación estacional, si bien su análisis será dejado para otra ocasión.

* Catedrático