Durante la dictadura, el único seglar católico con proyección intelectual allende nuestras fronteras fue Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset que sistematizó su pensamiento filosófico. Este año se cumple un siglo de su nacimiento. Siempre nos pareció singular y digno de reflexión que, al católico practicante con más calado cultural, lo pusiesen en entredicho algunas jerarquías católicas, que lo trataban con tibieza, sin valorarlo justamente. Conductas que, tal vez, buscaban hacerle el rendibú a Franco, que siempre vio a Marías con malos ojos, por criticar la guerra civil y ejercer de pensador independiente, en la línea del intelectual español más granado del siglo XX. Lo curioso de cuanto venimos escribiendo es que la vida de Julián Marías, robinsón católico maltratado por la Universidad franquista, se desenvolvió durante el nacionalcatolicismo: un tiempo de invasión eclesiástica que no dio frutos culturales externamente valorados. Mientras tanto, en la Francia de la laïcité a rajatabla, vivía y se manifestaba pujante, vigorosa, una intelectualidad católica de primera fila, que gozaba del reconocimiento universal. Basta traer al recuerdo media docena de excelencias: Paul Claudel, Charles Péguy, Jean Anohuil, Georges Bernanos, François Mauriac y Gabriel Marcel. Sería interesante, al abrigo del centenario de Julián Marías, estudiar con detenimiento, sin prejuicios, con seriedad y rigor, lo que acabamos de esbozar, para poder dar respuesta a una pregunta flotante: ¿Por qué en Castilla la gentil, el nacional catolicismo a ultranza, manejando los resortes de la enseñanza, la censura y la ética civil, resultó tan culturalmente árido y, al mismo tiempo, en la dulce Francia del laicismo militante, las figuras de la inteligencia católica, brotaban en almáciga? Una interrogación que contiene muchas claves para comprender al catolicismo español.

* Escritor