Como el enorme escaparate global que son, los recientes Juegos Olímpicos de Río también han reproducido una discriminación secular de nuestra sociedad al reavivar la controversia del sexismo en el deporte, y por extensión en la sociedad en general. Nuestra medallista Lourdes Mohedano lo denuncia hoy en las páginas de CÓRDOBA: «Aquí estamos consiguiendo muchos éxitos y a la mitad no le han hecho caso». En efecto, la cobertura mediática ha desatado una justificada cadena de críticas por referirse en demasiadas ocasiones a las deportistas a partir de su aspecto físico, tratamiento que nunca se hace con sus colegas masculinos. Es evidente que la sociedad ha evolucionado y el machismo no es el de otros tiempos -pese a la persistencia de la terrible lacra de la violencia sexista-, pero son aún demasiado visibles actitudes que no contribuyen a allanar el camino hacia la igualdad. Y el deporte debería convertirse en el lugar ideal para acabar con gestos impropios de nuestro tiempo, y que solo realimentan un trato decorativo, humillante, de la mujer. El deporte es un reflejo de la sociedad, pero tiene medios a su alcance para ayudar a revertir la situación. Y, como casi siempre, hay que empezar muy pronto. Sería conveniente, por ejemplo, que en la edad escolar se potenciara el máximo la composición de equipos mixtos. Porque la igualdad debe fomentarse desde la infancia. H