Este verano, la ocasión me la pintó calva. Sí, porque he podido de primera mano comprobar cosas que conocía de oídas con respecto a ciertas novedades, hijas de los tiempos, que son prioridad de niños y jóvenes, si bien responsabilidad de los mayores, que las facilitamos, consentimos e incluso justificamos. Bueno, pues no sé qué va a ser de todos porque, para empezar, desde bien pequeños, los niños están enganchados a la PlayStation, de la que solo sabía el nombre y consecuencias como el nerviosismo escolar con ciertos tic incorporados y, por supuesto, el fracaso escolar, pero es que hay algo mucho peor, descubierto al ver despacio estos juegos en la pantalla: de forma poco subliminal, los niños se van familiarizando con el crimen, la muerte, el terror, porque todo son disparos, armas...

¿Por qué matan? -se me ocurrió preguntar a unos niños-- Porque son extranjeros -me contestaron--. Sencillamente, sentí horror. Otro día, por la tarde, me di un paseo a un pueblo próximo. Tropecé con un festejo organizado por el ayuntamiento con entrada libre para cualquier edad. Entré por curiosidad y nunca hubiera imaginado lo que allí vi y oí: un diyeis que repetía por los altavoces cosas literalmente como estas: «¡Vamos a bailad! En una mano quiero veros una cerveza y en la otra un porro y que viva vuestra puta madre y los cojones de vuestro padre!», etc. Sí, había un guardia en la puerta pero vigilaba el orden, y punto. Yo creía que estaba prohibido el alcohol, el tabaco y mucho más la droga, máxime en menores. ¡Cuánta mentira e hipocresía! Entre todos promovemos, asistimos a la creación de una sociedad de muerte en la que el terror no solo será de yihadistas, sino una forma más de supuesta convivencia. Denunciemos, vigilemos y evitaremos, en parte, este huracán detractor de valores.

* Maestra y escritora