Dicen que jubilado viene de júbilo, esa exteriorización de la alegría que Rajoy va decapitándole de año en año a los pensionistas. Un colectivo, generalmente de la tercera y de la cuarta edad que, en muchos casos, es como esas barcas puestas del revés en la playa. Personas mayores de las que los conservadores han obtenido un arsenal de sufragios.

Cuando el evasivo e imperecedero Rajoy llegó al poder nacional, tras reiterar durante la campaña que los jubilados eran la niña de sus ojos, se desvanecieron todas las promesas pues, según reiteró, las cuentas estaban peor de lo que creía y las deudas eran suntuosas, ya que los socialistas de Zapatero habían maquillado los números. En resumen: que el PSOE nos había dejado entrampados hasta las cejas y con la economía tiritando. Una aseveración parciamente exacta, ya que no podía ignorar, quien aspiraba a la más alta magistratura, que los desequilibrios contables, los camuflajes y los amaños tenían su orto en Madrid y Valencia, comunidades regidas por el Partido Popular.

Bueno, a lo que íbamos: a las jubilaciones. Apenas ocupada su poltrona ministerial la incombustible, la contumaz señora Báñez --entre paréntesis: qué bien sabe Rajoy que en este país una crisis de gobierno es más perjudicial que la conservación de varios ministros ineptos--, se carteó con todos los pensionistas para comunicarles que, gracias a la destreza de don Mariano Rajoy, verían incrementadas las pensiones un 0,25%. Pequeñez que, para más inri, fue una tomadura de pelo pues, a continuación, subieron el IRPF e hicieron copagar a los jubilados el 10% del precio de los medicamentos. Dicha subida exigua, insignificante, de las pensiones se ha producido todos los años precedida por la carta de la ministra del ramo, mientras los beneficiarios veían mermada su capacidad adquisitiva y la famosa caja creada por el Pacto de Toledo era otra víctima de la crisis.

La situación expuesta ha venido sucediendo sin que los jubilados, cada día menos jubilosos, dijesen ni oxte ni moxte y siguieran votando sin descanso a su valedor. Pero, hete aquí que, por esos misterios que guardan los aconteceres socio-políticos, a los jubilados, casi de repente, se les han hinchado las narices y han dicho basta de camelos ofrecidos como golosinas. El cabreo se ha concretado en numerosas manifestaciones protestantes y, de acuerdo con encuestas, la caída en picado de la intención del voto conservador.

En el PP dicen que todo es una maniobra de la izquierda radical, la cual, manejando la posverdad y las sinergias trasversales -dicho sea a la última moda-, se ha ofrecido como la salvadora de las pensiones, cuando sabido es que en el único lugar -Grecia- donde gobiernan los homólogos de nuestros antisistema, los pensionistas han visto disminuidos en un 40% sus haberes.

El nuevo estado de cosas trae preocupado a Rajoy, porque ve peligrar su continuidad, que desea vivamente, pues conoce que en Andalucía el expresidente Chaves está sentado en el banquillo exclusivamente porque no supo vigilar lo que debía. Algo que pone en remojo la barba de Rajoy pues sus faltas propias en los deberes de cuidado son tan plurales como clamorosas, empezando por desconocer que estaban pagando con euros negros las obras millonarias de Génova 13, la sede central del partido que preside.

* Escritor