Yo también pienso, como ustedes, que los nuestros son buenos chicos, hijos de su tiempo, empujados a los cambios vertiginosos de la sociedad de nuestros días, más interesados en las tecnologías que en las creencias, en las relaciones abiertas que en los tradicionales modelos de familia, más abiertos al mundo pero más dependientes, atrapados por el marketing y, sobre todo, confundidos en la guerra de mensajes y valores contradictorios de todo tipo. Se nos agolpan los calificativos para describirlos: si generación millennials o Peter Pan, si generación.net, o generación Z ó X, ó ni-ni.

Pero lo que llama la atención de estos días, es la delincuencia juvenil que, aún no generalizada, salpica nuestra geografía. El último episodio grave estremece Bilbao en las últimas semanas con varios jóvenes como protagonistas de 3 asesinatos y algunas violaciones, que precede la crónica internacional con el tiroteo que acabó hace unos días en un instituto de Kentucky con la vida de dos quinceañeros a manos de un compañero. Hace unos años, los expertos nos decían que el modelo cultural norteamericano, con algo de retraso, se iba trasladando a las sociedades europeas: desde los jeans a la comida rápida, desde los modelos de familia al modelo financiero y de relaciones laborales. Miedo da que nos miremos en el espejo educativo de un sistema que padeció 45 tiroteos en centros de enseñanza obligatoria en el año 2015, o sancionó a más de 100.000 jóvenes por llevar armas blancas al colegio. Los Estados Unidos constituyen tal vez el único país del mundo donde sus ciudadanos cometen actos de violencia mortal contra profesores, administradores y estudiantes en recintos escolares, muchos de ellos con vigilantes de seguridad en los pasillos. Es un tema preocupante. Sin llevar la sangre al río, y pensando en los menores como personas vulnerables, en nuestro país, según el último informe del Observatorio de la Infancia del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, hay más de 42.000 niños en el sistema de protección social de las diversas administraciones. Nos lo deberíamos de mirar con urgencia como prioridad.

Tal vez sea porque faltan ejemplos y sobran técnicas, o porque la inteligencia emocional tiene menos mercado que la inteligencia artificial y no está de moda, o tal vez sea porque estamos en una sociedad de por sí convulsa que recoge lo que siembra, o porque estos sean los hijos de una violencia de género que no se encapsula en las relaciones de pareja, pero debemos tomar plena conciencia para conseguir una educación más integral, más cimentada en el esfuerzo que en el juego porque la vida no es virtual y exige sacrificios, más en los valores y en la adecuada gestión de las emociones que en la inmediatez del impulso y el atajo. Ya conocen el proverbio africano: para educar a un niño hace falta la tribu entera. No podemos mirar para otro lado. Lo que les demos a los niños, ellos se lo darán a la sociedad. Todo un reto que merece la pena.

* Abogado y mediador