Se nos fue hace unos días Pepita Patiño, y no era, sólo, como señalaban algunos medios de comunicación, la protagonista de una novela o película de ficción, sino una mujer de carne y hueso con una existencia real y, afortunadamente, imprescindible. No sólo era eso, que ya es bastante. Era --es-- nuestra memoria. El ayer, lo de hoy y su consecuencia. Pepita es ya futuro. Pepita fue, por su forma de vivir, la inspiración de una escritora, Dulce Chacón, que sabiamente supo rescatar del olvido y recuperar para la memoria colectiva, lo que cuarenta años de dictadura y, lo que es peor, otros cuarenta de transición y democracia, no quisieron rescatar, privando indecentemente a las siguientes generaciones de una parte fundamental de su historia con la finalidad de justificar una sucesión indigna y una continuidad de viejas instituciones y autoridades.

Dulce Chacón se inspiró en ella porque, probablemente, supo ver en esta mujer el paradigma de las mujeres de izquierda durante la guerra, la posguerra y la transición. Y es que Pepita, como tantas otras aisladas culturalmente de la vida política, no fue afiliada a ningún partido (aunque tras la muerte de su esposo se afiliara brevemente al PCE), pero fue esposa de militante comunista, sufridora por ello de todas las vejaciones y privaciones a las que fueron sometidas todas las esposas de torturados y encarcelados por su militancia política y, a pesar de ello o más bien por ello, activista clandestina en el ejercicio de la actividad política del Partido, con el arriesgado trabajo de traspasar la información de un lado a otro de la cárcel. De este modo, se convirtió, sin estar afiliada, en el soporte fundamental para la militancia de muchos y muchas comunistas.

Lo que de verdad es el argumento de la novela, aún más conocida por haberla convertido Benito Zambrano en una película de cine maravillosa (respetando como solo este director sabe hacerlo el protagonismo femenino), es ese proceso vivido por Pepita desde el sentimiento familiar, la premisa básica de ayudar a su hermana porque es su sangre, a la toma de conciencia de clase y, como clase obrera, formar parte de un colectivo que requiere de su acción. En ese camino está la grandeza de una mujer que ni perdona ni olvida, para hacer posible la lucha en favor de la generación posterior, y que nos dice que la memoria es el único camino posible para el despertar de la conciencia.

Pepita es una más de las muchas mujeres sin infancia ni juventud, que han acompañado al PCE y a su militancia con la cabeza alta y el orgullo de luchar por un mundo más justo, con mucho sufrimiento, pero también con la satisfacción de no vivir arrodilladas.

Pepita, sin ser militante, es esa mujer que ha hecho posible que yo lo sea. Como las mujeres y hombres que han construido este partido desde la unidad popular que tanto cuesta entender a algunos hoy día, con un activismo silencioso que, para orgullo y mérito de Dulce Chacón, dejó de ser callado con el altavoz de la novela y la película.

Parece que perdimos a Dulce y que ahora perdemos a Pepita. No es exactamente así: gracias a la primera, tenemos la memoria de Pepita y la de muchas Pepitas al alcance de nuestros hijos e hijas, para que no les pase como a tantos y tantas de nuestra generación que aún no saben el sufrimiento de esas vidas. Que la tierra les sea leve, que la historia las recuerde. Que no defraudemos su ejemplo. Ahora nos toca a nosotras y a nosotros, más que nunca.

* Secretaria Provincial PCA Córdoba