La escritura es una voluntad. Parte de un impulso, de una decantación de los sentidos a través de texturas interiores, de voces interpuestas entre la realidad y otro tipo de percepción, interna y potenciada, con otra latitud en la imaginación de los sonidos, en ese nuevo espacio que podemos recorrer y habitar. Una opción, claro, es la fotografía de la realidad; pero incluso en ese caso, el ejercicio literario requiere su artificio, como en la poesía coloquial, tan aparentemente sencilla, que también necesita su retórica propia, para dar la apariencia de naturalidad. Sin embargo, hay otro tipo de literatura: la que parte de la realidad para alterarla en un plano diferente, rico en sus matices, transido de experiencias de lenguaje, gestando nuevos mundos que tienen sus amarres en el inmediato, para después soltarlos. Así, cuando Antonio Buero Vallejo escribió Las meninas , cristalizó la esencia del espacio pictórico como hondura representativa, con un cuadro que ya era todo un escenario con su profundidad, entrando en el proceso de su gestación, de las emociones latentes y sinceras en la pugna secreta del autor, con ese Diego Velázquez que era, a su vez, escritor y pintor de su retrato, con la creación de fondos increíbles que también podían vivirse, como a través de Buero, en su lectura.

A estos mundos se llega con ráfagas de intuición, por no usar la manida inspiración, y una disciplina de laboriosidad. El escritor que explora, que se adentra en su capacidad, que la tensa y la rompe, que la fuerza y la agota igual que un púgil hace con su cuerpo hasta llegar al peso necesario para subir al ring, en la forma precisa, con la resistencia necesaria para aguantar los golpes y también la potencia para devolverlos, siempre podrá orillar otros confines, más amplios y rotundos, en una versión nueva de sí mismo. Me interesan estos escritores: los que no tratan de justificarse con teoremas mucho más estupendos que su obra, porque miran el texto de frente, sintiendo a veces el sabor de la derrota en los dientes y también un ardor de rebeldía, porque después se fajan, se encogen, se levantan, y entienden que esa lucha es la musculatura del lenguaje.

José Daniel García es uno de ellos. En todos sus libros hay tensión, hay combate, hay cuerpo a cuerpo entre el idioma y la vida. Tanto en su primer El sueño del monóxido , Premio del Instituto Andaluz de la Juventud, y especialmente en Coma , que ganó el Premio Hiperión, el destello telúrico se enfrenta con una sobriedad en el paso de baile del boxeador en la lona, como si la contundencia del directo se pudiera mecer en la cadencia que se escucha de lejos, que nos trae noticias nuevas de unas tierras lejanas que son nuestras. Hay en la escritura de José Daniel García instinto y plenitud, pegada seca, dureza diamantina y una especie de sobria humanidad encarada ante el mundo.

Quizá por ese impulso, por esa misma búsqueda, participó en el III Concurso de Cortometrajes "Rodando por Jaén", convocado por su Diputación, que tenía tanto de premio como de aprendizaje: había que presentar el guion de un corto y, si era seleccionado, los equipos elegidos participarían en un taller con Pablo Berger, el director de la extraordinaria Torremolinos 73 y de ese poema mudo del esteticismo, en esa suerte de expresionismo tauromáquico que es Blancanieves. El guion de José Daniel García fue seleccionado, y después se convirtió en un corto dirigido por Carlos Aceituno. Hoy, acabamos de saber que el cortometraje Las sobrinas de Valerie ha ganado el Premio RTVA a la creación audiovisual andaluza, y se emitirá en Canal Sur.

En Las sobrinas de Valerie , protagonizado por Cristina Mediero, Gregor Acuña-Pohl y Celia de Molina,con el gusto en la dirección de Carlos Aceituno, entre el romanticismo y la pesadilla, encontraremos esa misma tensión dura y precisa, ese pulso abierto con la realidad que hace de la escritura una potenciación de la vivencia, con un nuevo escenario y otros códigos. La buena iniciativa de la Diputación de Jaén potencia la mixtura entre distintas artes en la trinchera de toda creación, entre lo conocido, el ánimo y un avistamiento de otros retos, con su pulso sanguíneo. Creo en escritores como José Daniel García, que han tocado el coma del poema y lo siguen cercando, ganando un nuevo espacio a la escritura para luego invitarnos a pasar. Creo en esa mirada, en esa voluntad que nos lleva a entender otra respiración y también a habitarla.

* Escritor