Escribo estas líneas al día siguiente de fallecer Jorge, vicario parroquial de la parroquia de Santa Victoria, en el barrio del Naranjo. Ha fallecido como consecuencia de una afección del páncreas, órgano más delicado de lo que todos creemos. Jorge era sudamericano. Era muy querido y me consta que él también nos quería a los que teníamos relación con él. Aparentemente era un poco retraído, pero cuando se tenía confianza con él, resultaba una persona amabilísima y encantadora.

El domingo pasado a las 11.30 mi mujer y yo asistimos a su última misa. Fue en la parroquia, había poquísimas personas. Se le notaba que intentaba sobreponerse a unos fuertes dolores en el abdomen. Antes de la consagración, interrumpió la celebración y pidió a algún ministro extraordinario de la Eucaristía que distribuyera la comunión porque veía que no iba a poder tener fuerzas para continuar.

Inmediatamente después, se retiró corriendo a la sacristía. A mitad de camino vomitó. Ya un poco más sereno, varios nos ofrecimos para ayudarle, llevarle al médico o a su casa. Nos lo agradeció y nos dijo que se encontraba mejor y que no hacía falta. Sin embargo, sobre las 14,30 llamó a Rosa y su marido para pedirles ayuda. Le llevaron al Reina Sofía. Como era domingo, Manolo, el párroco, nos pidió ayuda para turnarnos en acompañarle durante la tarde en el hospital.

Yo estuve entre las 8 y las 10 de la noche y pude presenciar unos momentos muy malos para él: todo le dolía, apenas podía respirar, vomitó bilis varias veces; era un puro dolor. Aunque no quería darle monsergas, en algún momento le sugerí que ofreciera al Señor esos dolores. Apenas me contestó, como dando a entender que era eso lo que estaba haciendo. Se me partía el alma de verle sufrir de esa manera. No se por qué, pero en aquellos momentos pensé lo bueno que sería que se admitiesen sacerdotes casados en la Iglesia, como en los primeros ocho siglos del cristianismo. Las atenciones que podíamos ofrecer a Jorge, a pesar de nuestro cariño, eran nada comparadas con la ternura que pudiera haber tenido con él una madre o una esposa. Pensé en Cristo, que al morir, tenía a su madre al lado, o en San José, que tenía a su lado a su esposa, la Virgen María, en el momento de morir y en los momentos precedentes.

A las diez de la noche lo trasladaron a la unidad de sangrantes. Ya no le vi más. El lunes por la mañana lo trasladaron a la UCI. El martes, por la mañana, entró en agonía. Sus últimos minutos los hemos seguido a través del whatsapp con oración, desde los distintos grupos de la parroquia. Manolo le ha acompañado en los últimos momentos. Se nos ha ido con la misma discreción con que vivió, cuándo y como Dios ha querido, sin dar problemas, con humildad.

La misa del domingo pasado quedará en mi memoria. Nunca vi en una misa a un sacerdote más identificado con Cristo doliente.

Nos volveremos a ver, Jorge, en la bienaventuranza. Cuando Dios lo quiera. Un abrazo. Ahora, descansa en el Señor.

* Arquitecto