Marta Ferrusola era la madre superiora de seis monaguillos y un capellán, hijos a su vez del que fue Dios en Cataluña durante años. La esposa del expresident se identificaba así en una nota manuscrita dirigida a su banco de Andorra. «Reverendo Mosén: soy la madre superiora de la congregación. Desearía que traspasara dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia. Él ya le dirá dónde debe colocarse. Muy agradecida. Marta», decía el escrito. Traducción, según las fuerzas de seguridad: «Hola, banquero: soy la cabeza de familia. Desearía que transfiriera dos millones de pesetas de mi cuenta a la cuenta de mi hijo Jordi Pujol Ferrusola. Él ya le dirá qué tiene que hacer con el dinero». Al margen de lo psicotrópico del contenido, es muy llamativo el papel que desempeñaba Marta en lo que los investigadores consideran sin paños calientes «una organización criminal».

Esta mujer, octogenaria ya, de apariencia física diminuta y de aspecto cansado, tiene un fortísimo carácter que se evidencia en cuanto abre la boca; bien sea para mandar «a la mierda» a los periodistas, bien sea para afirmar en el Parlament de Cataluña, sin poder contener la risa, que iban a Andorra a esquiar y que sus hijos van con una mano delante y otra detrás porque «no tienen ni cinco».

Podríamos concluir que lo que no tenían era ni cinco minutos libres, dado el capital que manejaban. Según la UDEF, a la que Jordi Pujol ya ha podido conocer sobradamente, esta familia tan beata tenía una «frenética actividad». No es de extrañar, teniendo en cuenta que acumularon entre 1990 hasta la actualidad unos 70 millones de euros de origen desconocido e inexplicable. En la congregación de los Pujol mantienen que todo parte de la herencia del abuelo Florenci, pero no aportan pruebas. Y eso no es hacer las cosas como Dios manda.

Mientras tanto, el PP --que se olvida de lo suyo cuando sale lo de otro-- ha comparado a los Pujol con los Corleone, los mafiosos de El Padrino, porque «asociaban acontecimientos religiosos con los golpes que daba la familia». Y puede ser atinado el comentario, pero recordemos que en Valencia hay políticos del PP imputados por lucrarse supuestamente con la visita del Papa. Y que Francisco Granados iba por las tertulias invocando al «señor mío» para hacerse pasar por un mártir de la sospecha generalizada.

Mi abuela no tenía las cuentas de Florenci y tampoco era especialmente creyente, pero empezó a ir a misa al final de sus días. Decía que lo hacía «por si acaso». Y eso es lo que nos va a quedar a nosotros: rezar por si acaso, para que todos los sinvergüenzas paguen por lo que han hecho, por su caradura, por estar a Dios rogando y con el mazo dando.

* Periodista