Tras el ataque contra cierta prensa satírica (Je suis Charlie), contra una sala profana de fiestas (París), contra la gente que celebra la fiesta en Francia (Niza), tras el ataque contra judíos, ha llegado este atentado directo contra un símbolo máximo del cristianismo francés y europeo: el asesinato ritual de un cura celebrando la Eucaristía. Por eso, debemos responder los que nos sintamos agredidos: Je suis prêtre, yo soy aquel presbítero anciano, al que han matado simplemente por serlo. Todos somos Jacques Hamel, cura francés asesinado mientras celebraba a Cristo. Los analistas coinciden en afirmar que no es un terrorismo en estado indiferenciado, matando a cualquiera, en una sala de fiestas o en la calle, sino un asesinato cualificado, contra un hombre concreto, un cura; en un momento significativo, cuando celebraba; en un lugar de gran importancia, una iglesia de Normandía que Isis quiere convertir pronto en Mezquita. Análisis aparte, nos quedamos con el estremecimiento que produce un terrorismo ciego y sordo al clamor que se alza desde las entrañas de una humanidad sedienta de paz y de bien. Jacques Hamel era un hombre bueno, siempre al servicio de los demás y con un carisma sincero, generoso, austero, una persona calida, sencilla, que vivía modestamente. «El mundo está en guerra pero no de religiones», ha gritado con fuerza el Papa Francisco. Es la «Tercera Guerra Mundial a pedazos» contra la que viene clamando desde su llegada al solio pontificio. Una guerra «menos orgánica», pero igual de mortífera, y ocasionada por «intereses, por dinero, por los recursos de la naturaleza o por el dominio de los pueblos». Por eso, en su primer discurso en la patria de Juan Pablo II, el Papa Francisco invitó a los políticos a encontrar en su historia la valentía para los desafíos presentes. La herida del odio y la maldad traspasa las entrañas de la tierra.

* Sacerdote y periodista