Es día de san Rafael en esta Córdoba escondida que no tiene principio ni fin porque es interminable; ciudad de lamentos que llena la iglesia del Juramento para pedir a su custodio que repare la carne vencida y la piel escamada de esta sociedad. Día soleado de un otoño que no entristece y que invita a pasear y a estar en las terrazas dejando morir el tiempo. He terminado de leer la autobiografía de un empresario cordobés, Rafael Conde Vera, que nació en 1932, desarrolló su infancia en la calle Arenillas, estudió en los salesianos de María Auxiliadora y tras varias experiencias llegó a fundar varias empresas que ha legado a sus hijos.

He pasado por esa calle Arenillas desde Ancha de la Magdalena para seguir su acarreo de agua porque en la casa de 45 vecinos no había agua para su familia ni para nadie más. En Arenillas forjó su alma de empresario luchador y generoso. La concurrencia en aquella calle en la década de los años cuarenta del siglo pasado nada tiene que ver con la costra reseca de los muros de las casas ni con la soledad de sus puertas encarceladas. Esa soledad en Arenillas se cuela en mi cuerpo como emanación que me persigue hasta llegar a Regina y a Encarnación Agustina.

Lo que cambió la vida de este empresario desde su niñez fue el afán de no aborrecerse sino de esforzarse y reconocer la ayuda de quienes le habían dado un empujón para avanzar, llave para abrir postigos y puertas a fin de no quedarse arrumbado en la casa de vecinos como trasto viejo, como cachivache; a fin de que su cuerpo no matara su alma. Este empresario recuerda en las primeras páginas del libro el apoyo callado y continuado de quienes a su familia y a él mismo ayudaron a salir a flote y a progresar. Reiteradamente aparece como su protector material y espiritual don Jacinto Navas y luego su hija Mariquina quien aún vive y con sus hermanos, entre ellos Rafael. Se sentirán orgullosos de descender de una persona tan especial en la vida de este emprendedor cordobés. El doctor Navas estuvo presente en la vida de esta persona desde que naciera en Arenillas hasta que en 1945 ingresara en la Delegación de Hacienda para trabajar en el Departamento de Contrabando y Defraudación y luego cuando prestara servicio militar en la Zona de Movilizaciones junto a la Trinidad. Los descendientes del doctor Antonio Manzanares, pediatra de fama en aquellos años y los del, luego, coronel don Juan Roldán, a quienes conozco y con algunos de ellos he tenido o mantengo buena relación serían felices al leer el nombre de sus progenitores en esta biografía tan singular.

En estos momentos de desesperanza alienta leer esta autobiografía en la que el autor reconoce y expresa la lógica del don y de la gratuidad en los doctores Jacinto Navas y Antonio Manzanares así como bonohomía del militar Juan Roldán. En esta ciudad de cuerpo maltrecho y espíritu magullado anima seguir los pasos vitales de un viejo emprendedor, que se hizo a sí mismo y que al mismo tiempo reconoce aquellos gestos de generosidad, curiosamente de dos médicos y un militar. Este emprendedor al contarnos su vida es ejemplo de sí mismo; es también regla de lo que debe ser un empresario; es copia y es modelo; es a la vez ejemplo y ejemplaridad. Adecuó desde niño en la calle Arenillas hasta hoy en Gran Capitán su intelecto a la realidad y, como escribe santo Tomás de Aquíno en su Suma de teología , esa adecuación ha sido la fórmula de su verdad. En este libro el ejemplo personal no se dice, sino que se muestra.

Me alegra haberle incitado a escribir sobre su vida una vez finalizó su curso en la cátedra Prasa de empresa familiar de nuestra universidad. Reconoce que su experiencia vital y empresarial la ha vivido en comunidad; en ese universal que es el vivir y el envejecer. Su experiencia es universal, porque es ejemplo de empresario y muestra de que vivimos en comunidad, cuando relata la cercanía del don del doctor Jacinto Navas para ayudarle a avanzar.

* Catedrático emérito de la UCO