Hace veinte años existió un cantautor que nos levantó a muchos de nuestra juventud, con algunas canciones livianas y potentes, ingrávidas de luz y de revelación en sus ritmos sutiles, en las cadencias y sus afirmaciones, en sus giros hacia una realidad que entonces encontrábamos posible. Se llamaba --se llama-- Javier Alvarez, y escribió una canción contra la mili, cuando todavía había, que fue el himno vital de una generación, que nos hizo nombrar lo que queríamos y lo que no queríamos ser. No sé si fuimos, entonces, la edad del porvenir, como en otra de sus canciones, pero sí que cuando aquel muchacho vino a Córdoba a cantar en el Gran Teatro, con su leyenda de haber sido descubierto, mientras tocaba en el Rastro, por Víctor Manuel, una juventud acudió allí, compartiendo su mismo escenario, cantando con él unas letras que ahora son paisaje vivido a lo lejos, una perduración con piel de pantera, de aquí a la eternidad, mientras soñábamos con Gloria Swanson muriendo en Sunset Boulevard. Luego vino la valiente experimentación, su ruptura con la ruta que parecía escrita para él mismo, y de nuevo más discos memorables: Tiempo despacio , lleno de joyas como Lover Lover Lover , James Dean , La balada de Lois y Clark y Cuando haces pop , o su espléndido Guerrero Alvarez , con Pablo Guerrero. Esta noche vuelve a Córdoba de nuevo, al Golden Club. Más allá del éxito y el talento poético y vocal, he aquí un hombre con una vida a cuestas, una melodía y una fidelidad brutal a los principios y la dignidad de un oficio y de una vocación. En mitad de la crisis, ha llegado el trovador eléctrico.

* Escritor