Hay a veces gente con una claridad de ideas pasmosa. Estaba yo la otra noche un poco a vueltas en la cama vigilando de cerca el prosaico proceso mediante el cual la cena --abandonada a su suerte en el paso fronterizo del Cardias-- iba internándose en su no poco escatológica ruta camino de transformarse en quimo y luego en quilo, atento al almax por si acaso, cuando en Radio Nacional conectan con el Polo Sur. Allí, un español, Albert Bosch, que tiene que estar de los nervios como todos los aventureros, acabó haciéndome reír. Lleva la tira de semanas atravesando la Antártida, ahora en solitario, para llegar al Polo Sur, a 20 grados bajo cero e inmerso en el perpetuo día austral, solo con un trineo me parece que sin perros. Yo que él a esas alturas ya habría llamado a mi mamá, pero éste dice que lee, que oye música española y catalana --se llevó en inglés pero no le inspira mucho-- y cada día recorre entre 20 y 30 kilómetros rememorando la heroicidad de Amundsen y el Capitán Scott por estas fechas hace muchísimo. Y pensé que muchos en estos días se afanan y desvelan por juntarse en masa a explicarse por qué unos creen en la Navidad y otros no --que es como intentar que uno del Barça se haga del Madrid o tanto monta--, mientras éste se va solo seguramente para no tener que explicar nada, y con la certeza de que allí no está ni Papá Noel, domiciliado en el Polo Norte. Cuenta Albert Bosch a esa hora mágica de las digestiones pesadas ajenas, que tiene tiempo para pensar, que disfruta, que se acojona con la llanura interminable, y que, también muchas veces, "esto es más aburrido que el carajo".

* Profesor