Truquitos finales para el salmorejo hay muchos. Concretamente, mi mujer incorpora una pizca de azúcar para neutralizar la acidez del tomate (huelga decir que está exquisito). Para las experiencias personales, hay en más de una ocasión que aplicar el efecto contrario, añadiendo unos granos de sal cínica para que los misticismos o los males de Stendhal no te lleven a hiperventilar. Acabo de completar mi primer Camino de Santiago, lo que me da una nueva dimensión a las otras veces visitada capital gallega. El Camino no es desde luego el mejor escenario para apuntalar el esnobismo, pues por mucho que mochilees o descanses en hoteles en lugar de albergues, no existe una senda vip con pasarelas automáticas. He visto tipos grandes como armarios llorar en la última cuesta de una etapa, y no tanto por un arrebato de fervor, sino por la insubordinación del menisco. O chicas que frecuentan asiduamente el gimnasio, echándose el coraje a cuestas para burlarse del dolor de las rodillas que les impedía un ritmo superior al de las muñecas de Famosa.

A sensu contrario, el Camino no impone ningún dogma a la introspección. En todas esas oníricas sendas no he visto ninguna señal que restrinja el paso a agnósticos o a descreídos, ni básculas que pesen o criben a los limpios de corazón. Todo un error de cálculo que el Papa Urbano II decretase en el siglo XI reconquistar los Santos Lugares en lugar de potenciar más esa peregrinación al Fin del Mundo. Pero en los designios de Dios se interponen los caprichos de la Historia o la Geopolítica. También se edificó una iglesia en la supuesta tumba del Discípulo más Amado, en un punto central de la irradiación del cristianismo, donde Pablo espitolaba con los efesios. Pero hoy Esmirna se encuentra bajo la hégira de la Media Luna, y el sepulcro de San Juan languidece entre jaramagos.

Ni la universalización de las camisetas transpirables impide esta vivificación del medievo, con el miedo y el temor a Dios casi igual que hace mil años. El Camino es propicio para la espiritualidad amable, para el ecumenismo del esfuerzo --entre Portomarín y Palas de Rei conté más de 15 nacionalidades entre los caminantes--, y para todas las metáforas sobre las edades del hombre. Al Camino se llega de muchas maneras: por las cuentas del Rosario, por su talante de aventura domesticada, que atrae a las masas y hace desconfiar a los intrépidos. El Camino no contó con un Hemingway, pero allí está el boca a boca, y algún empujoncito de Martin Sheen, para reincidir en esa travesía en las que los americanos confían en otear meigas y los seguidores de El Bosque Animado, a Fendetestas. Galicia es una tierra mágica, que se permite dedicar los frontis de más de una iglesia a las ánimas del purgatorio. Pero oficialmente no habrá más Santa Compaña entre robles y eucaliptos que los peregrinos que dejan en plena noche la última posta y, con sus frontales, marcan un lucernario en la noche para llegar a misa de doce.

¿Puede el Camino morir de éxito? Esa pregunta trasladé a parroquianos, tendiendo una síntesis en su masificación con la Fiesta de los Patios. Las aglomeraciones relativizan lo positivo, y si las colas pueden derivar a contemplar un conjunto de macetas, esa sacra caminata puede tornarse en una simple jaculatoria de ampollas. No es el caso, porque ambas están fabricadas con los anhelos de los hombres.

* Abogado