Hay mucha violencia contenida, la violencia contenida suele ser muestra de insatisfacción y, por lo tanto, de frustración. La pintada que el joven chino Ding Jinhao ha escrito en un relieve del templo de Luxor en Egipto ha levantado miles de actos de esta rabia contenida que, agazapada, solo espera un momento oportuno para estallar. No importa que el agente del hecho sea una folklórica juzgada y condenada, un político imputado en algo, un banquero --digámoslo suavemente-- descuidado; en todos los casos la horda hace guardia a la puerta para aullar, para apedrear, para buscar el forcejeo. Es el signo de unos tiempos en los que la sensación de vacío de justicia es tremenda, una época también absolutamente desprovista de valores y de educación ciudadana. La piedra y el látigo ahora saltan por las redes sociales, el acoso es implacable, la jauría es demoledora. Al joven Ding Jinhao lo han localizado, han señalado su escuela, a su familia, no sé si han llegado al escrache, pero seguro que pronto. La pintada es de juzgado de guardia, porque aunque está escrita en chino mandarín, desentona con el relieve faraónico, y todo para decir que él estuvo allí. La cruz y el peñón de mi pueblo, la roca del castillo de Belmez y cientos de lugares así también están firmados con nombres y fechas por gentes con ganas de posteridad quizás por no disfrutar de un presente alentador. Por eso es extraño que la violencia contenida de los improvisados juzgadores y verdugos suela siempre rebosar ante nada menos que la mediocridad.