Escribo estas líneas mientras se gesta en el Gobierno la futura Ley de Servicios Profesionales. No sé si cuando salga de la prensa este artículo, la propia ley se le habrá adelantado. Con la rapidez con que vienen sucediéndose determinados acontecimientos, todo es posible.

Una cuestión controvertida del borrador de la citada ley, que vio la luz en enero pasado, en lo relativo a las profesiones colegiadas que se relacionan con la construcción, es la cuestión de la competencia. La todavía vigente Ley de Ordenación de la Edificación establece las competencias para proyectar de los distintos técnicos en función de los usos de los edificios. El borrador de la Ley de Servicios Profesionales suprime esa distinción de tal manera que viene a decir que para proyectar un edificio, sea del uso que sea, basta que lo haga cualquier técnico que tenga competencias para proyectar en edificación, es decir, basta que sea arquitecto, ingeniero o perito.

Los colegios de arquitectos se echaron alarmados las manos a la cabeza cuando vio la luz el citado borrador, afirmando por doquier que aquello constituía la muerte de la profesión de arquitecto.

Yo personalmente pienso que la muerte hace ya tiempo que sucedió; lo que pasa es que todavía no ha llegado el certificado de defunción; o incluso ha llegado, pero no ha sido notificado; o acaso ha sido notificado, pero no ha sido firmada todavía la notificación por quien debía haberse dado por enterado.

Mal podrán defenderse unas competencias profesionales con argumentos superficiales y extremadamente débiles cuando el problema es mucho más de fondo. Basta abrir los ojos en medio de la ciudad y ver la mierda de arquitectura de que está hecha para darse cuenta de que toda esa porquería edilicia no precisa arquitectos, sino solo de unos señores que sepan manejar unos programas informáticos y unas cuantas técnicas que están al alcance de todos. Hoy día, con los medios técnicos que hay, cualquier ingeniero o perito puede perfectamente reengancharse de facto en el quehacer de proyectar y fabricar edificios, porque aunque haya muchos arquitectos cuyo título diga que lo son, la realidad es que deberían haberles dado más bien el título de fabricantes de edificios por cuanto, ni cuando eran universitarios ni después, se les ha pasado por la cabeza ni siquiera la cuestión de qué es la arquitectura.

Desde hace ya muchos años en las escuelas de arquitectura no se enseña arquitectura con un sentido unitario, sino una serie de asignaturas desconexas y sin relación, que hay que aprobar y a través de las cuales el alumno no percibe una unidad que oriente en el futuro su vida profesional. En las asignaturas de proyectos no se enseña a proyectar, sino a distribuir habitaciones; y eso, a la postre, lo puede terminar haciendo un ingeniero o un perito con un poco de práctica, como vemos que viene sucediendo desde hace muchísimos años. Podrán poner el grito en el cielo los colegios de arquitectos, pero la terca realidad es que los arquitectos hacen los mismos edificios que aquellos que practican el intrusismo.

Pienso que por eso, el Gobierno ha decidido matar al perro para acabar con la rabia, y ya que todos --arquitectos, ingenieros y peritos-- proyectan edificios igual de mal, se opta por que no haya diferenciación de competencias entre unos y otros a la hora de proyectar edificios.

Mal planteada ha sido la defensa de la profesión de arquitecto. Es imposible vivir de las rentas permanentemente. Para defender la profesión de arquitecto lo primero que hay que ser es arquitecto, no fabricante de proyectos. Y para ser arquitecto lo que hace falta es saber qué es la arquitectura, bien distinto de poseer un título. Y para saber qué es la arquitectura hacen falta dos cosas: la primera, tener interés intelectual en llegar a saberlo, y la segunda, tener a alguien --maestros o libros--que lo enseñe. Junto a ello, hace falta competencia profesional basada en la virtud que Santo Tomás de Aquino llamaba la studiositas , la estudiosidad, el afán de estudio por desentrañar la verdad de las cosas, unido a la perseverancia en ese estudio; bien distintos del afán de pegar el pelotazo con cuatro proyectos estandarizados, actitud que ha funcionado a trancas y barrancas hasta que la crisis ha mandado todo ello a tomar por culo. El problema de la arquitectura es profundo y antiguo; es un problema de desnaturalización y de desorientación; y no tiene arreglo fácil ni inmediato ni político.