Finalizada mi etapa como docente, he dedicado unos días a ordenar, clasificar o eliminar, en su caso, materiales utilizados en mis clases. No me ha costado suprimir los textos, esquemas y modelos de exámenes guardados en mi ordenador, era cuestión de pulsar una tecla, sin embargo lo conservado en papel impreso me obligó a releer, a recordar por qué en determinados casos hacía algunas anotaciones, a pensar sobre el tema tratado en algún artículo, en definitiva, me ha resultado más útil lo acumulado en papel que todas las carpetas del ordenador. En una revista de 1994 se hacía una encuesta a profesores y políticos acerca de la cuestión nacional en España (por cierto, no incluía ninguna mujer). Miguel Artola indicaba que uno de los problemas era la indeterminación del art. 150.2 de la Constitución, puesto que "no construye una forma estable de Estado", y en efecto esto se ha puesto de manifiesto en cuestiones como las reivindicaciones de competencias por parte de las comunidades autónomas o las reformas de los estatutos, que han conducido a una transformación en la organización del Estado, susceptible de generar inseguridad entre los ciudadanos, cuando no problemas políticos importantes como ocurrió con el Estatuto catalán. En cuanto a Francisco Tomás y Valiente, su recomendación a los políticos y a quienes construyen la opinión pública era de "sensatez y prudencia", además de indicar la necesidad de utilizar el término "patriotismo" frente al de "nacionalismo", defender el abandono del esencialismo, y alertar sobre el riesgo de caer en identidades excluyentes, pues toda identidad colectiva es incompleta, "y ninguna justifica que, en su nombre, se lleven a cabo comportamientos antidemocráticos u hostiles contra la única minoría indivisible: el hombre sin apellidos".

Estas reflexiones adquieren actualidad en la coyuntura presente, cuando en Gran Bretaña se ha celebrado el referéndum escocés y en España está abierto el desafío de Cataluña, mejor dicho, de parte de las fuerzas políticas catalanas, encabezadas por Mas. En la Europa actual deberíamos tener presentes las corrientes que desde hace siglos reclaman una unificación europea, recordemos que Comenius, en el siglo XVII, ya se definía como europeo y hablaba de "nuestra patria europea", o el título tan significativo de la obra de Saint-Simon y Thierry (1814): De la reorganización de la Sociedad Europea, o de la necesidad y de los medios de agrupar a los pueblos de Europa en un solo cuerpo, conservando cada uno su independencia nacional, y así podríamos continuar con citas de diferentes proyectos anteriores a la creación, tras la segunda guerra mundial, de la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea. Vivimos en un continente donde conviven el europeísmo y el nacionalismo, dos tendencias que deberían obligar a quienes construyen la política a dialogar y a defender una tradición integradora, contraria a los separatismos, porque los movimientos nacionalistas no surgen a partir de la existencia de una nación, sino que es al revés, nace primero la corriente que, como dijera Hobsbawm, realiza la "invención" de la nación.

Y mirar al pasado también nos llevaría a considerar otra corriente del siglo XIX: el internacionalismo. Recordemos la frase de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: "Los obreros no tienen patria", y también que se cumplen ciento cincuenta años de la formación, en Londres, de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, que comenzó sus sesiones el 28 de septiembre de 1864, y en cuyo Preámbulo se decía que todas las asociaciones integradas en ella reconocerían "la verdad, la justicia y la moralidad como su norma de comportamiento entre sí y para con todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad".

* Historiador