Ha llegado 2018. El balance de los últimos diez años es demoledor: hemos perdido el sistema sanitario universal, el empleo que se ofrece a la mayoría no satisface ni una parte de sus necesidades básicas, casi 1.000 mujeres han sido asesinadas por sus parejas en la última década, más de 13 millones de españoles están en riesgo de exclusión social y viven en unas durísimas condiciones. Esta lista podría ser muy larga porque la sociedad española, hábilmente modelada por la legislación de sus élites, ha sido transformada en una sociedad darwinista. En ella los fuertes, los más ricos, mejor formados y con más capital social ocupan las mejores posiciones, mientras los demás luchan por sobrevivir y poder encender el brasero. Han logrado, asimismo, que esta situación se interprete como algo «natural» y ajeno a la acción política cuando, en realidad, es el resultado de la acción de las élites políticas y económicas.

Una de las situaciones más insoportables que se producen en sociedades darwinistas es el abandono de los desvalidos a su suerte, que en ocasiones significa su muerte. Estos días varios ancianos han sido encontrados en sus casas, muertos y solos, nadie los había echado de menos. ¿Por qué? Porque estaban solos, pero unos Servicios Sociales adecuados y suficientes habrían detectado la situación y se habría podido evitar. Eran pobres, porque no tenían los recursos necesarios para pagarse ayuda en su casa o en una residencia. Tampoco tenían a mujeres de la familia para cuidarlos, y esta ausencia los colocó en una situación de riesgo vital.

España siempre se ha apoyado en el malestar y el agotamiento de las mujeres para cuidar a los mayores, pero en los últimos años, la actitud del Gobierno hacia este asunto ha pasado de ser laxa a ser cruel: se ha desmantelado prácticamente la atención a la dependencia y se ha modificado el sistema de pensiones. Una tarde de viernes el Gobierno nos anunció que las pensiones se desindexaban, es decir, que su valor ya no se calcularía en relación con la inflación. Esto significa que la cuantía, aunque suba, puede suponer una bajada real y considerable del poder adquisitivo. Y un poco antes nos dijeron que la atención a la dependencia era inviable. Es decir: nos dijeron que nos busquemos la vida, que quien no pueda pagar o tenga una hija disponible tiene un problema serio, y la hija disponible también lo tiene.

Los que aún no somos ancianos tampoco nos libramos de esta crueldad, porque nos han cambiado las reglas del juego: nos dan menos por el mismo precio. Sabemos que la reforma del Sistema de Pensiones va avanzando hacia un modelo de pensión mínima, por ello se incentivan los fondos privados, pero estos son inaccesibles para la inmensa mayoría de la población trabajadora, además de ser un producto inseguro. Los más jóvenes lo tienen aún peor porque a esto se une que el diseño del mercado laboral no les permite cotizar el tiempo exigido para acceder a una pensión. Quizás esta situación no sea inmediata para muchos, pero si estas decisiones no cambian, nos vemos abocados al abandono y a la pobreza. No todos pero sí la mayor parte de lo que se conocía como clase media.

A esta crueldad hay que añadir la promesa que ha hecho el ministro de hacienda a la UE: el gasto en Educación y en Sanidad alcanzará mínimos históricos en los próximos presupuestos del Estado. Traducción: sufrimiento pactado y bien legislado por nuestras élites.

* Doctora en Sociología