Vivimos en la edad de la desconfianza. Aunque el rey Salomón bajara de los cielos, encarnado en Yul Brynner, para asegurarnos que se ha leído los 741 folios de la sentencia del Caso Nóos y que le ha parecido un fallo justo, no nos lo creeríamos: ni que los ha leído, ni que es un fallo justo. Así estamos: con la pureza arrasada, sin más certeza que el sablazo institucional. Pese a la presunción de inocencia, tras conocer que Cristina de Borbón no pasará ni una noche en la cárcel, un humo de sospecha enturbia la visión, incluso la más cándida. Porque el 20 de enero de 2014, en una entrevista en Antena 3, preguntado por la infanta, Mariano Rajoy aseguró: «Estoy absolutamente convencido de que las cosas le irán bien», porque «estoy convencido de su inocencia». Si la teoría del cortafuegos fuese cierta, al principio se le exigió a Iñaki Urdangarín, antes de hacerse público el escándalo, que devolviera el dinero defraudado a Hacienda; al negarse el yernísimo, el Gobierno Rajoy, con Gallardón, ministro de Justicia, como paladín del peloteo regio, podría haber propuesto la operación del «cortafuegos»: Urdangarín a la cárcel y la infanta queda libre, para salvaguardar la monarquía. Ahora, cuando sabemos que Cristina de Borbón ha sido absuelta de la acusación de colaborar en dos delitos fiscales de su marido, aunque deba pagar la multa de 265.088,42 euros como responsable civil a título lucrativo, hasta las sensibilidades candorosas tendrán que admitir la más que razonable duda sobre esa teoría del «cortafuegos», que ha dejado a la monarquía, de ser verdad, probablemente en la picota. ¿En qué democracia se ha visto que un presidente del Gobierno haga semejante afirmación televisada, tres años antes del fallo judicial? Quien tenga tiempo y ganas que se lea los 741 folios de la sentencia, pero el agravio comparativo con el caso Pantoja y algunos otros parece bochornoso. Lo grave es el contexto: todo esto ha sido posible porque era el yerno del Rey.

* Escritor