A estas alturas, hemos comprobado que los casos de pederastia por parte de religiosos no son una excepción sino más bien, en algunas zonas, un problema estructural. Ello significa una tristísima realidad para los creyentes, o sea, para todas aquellas que basan su vida en la fe y que, por ello, son ejemplos de esfuerzo vital en pro del prójimo anulándose a sí mismos en pos de las santas huellas que exigen un camino de máximo nivel de solidaridad y comprensión con el otro. Que hay cientos de personas que intentan no fallar a las enseñanzas de su religión está fuera de toda duda. Como también no hay discusión en que miles de parroquianos dedican su vida a las buenas obras y a la extensión del mensaje de cara a la salvación que se predica. Pero todo lo que ha salido a la luz debe significar un fortísimo ejercicio de autocrítica para que estos horrorosos hechos no se vuelvan a repetir. O al menos que no sean tan numerosos. Los nuevos curas deben predicar desde sus púlpitos la nueva etapa y también tienen que salir a las calles a gritar que la iglesia no es perfecta pero sí que el amor y la comprensión que predica es lo mejor de este mundo. Deben suplicar que les demos otra oportunidad porque en esencia, la Iglesia no son esos depravados sino las personas que saben en quien creen y que no buscan otra cosa que, por un lado, consolar al ser humano ante las injusticias, y por otro, conseguir una comunicación directa con el creador. Pero claro, en medio de esos dos objetivos se cuelan los perversos con sus perversiones de siempre. Y también se cuela ese corporativismo interesado que esconde el pecado y que en la Iglesia es al cuadrado porque sabe que cuando peca el que se supone que debe responder con una ética superior, existe un riesgo de desaparición de toda la institución.

La Iglesia debe recuperar su credibilidad; no se puede construir una férrea oposición al aborto o una ultra crítica a los matrimonios homosexuales, para que luego se empalmen noticias (y más cosas) de casos de abusos de niños por parte de personas que renunciaron a tener relaciones sexuales por causa del celibato, solo en apariencia, porque en realidad muchas congregaciones estaban lideradas por salidos impostores. Pero las mujeres y los hombres de Dios auténticos tienen que salir a la palestra y más que pedir perdón deben prometer que jamás volverán a permitir semejante pasividad corporativista que lejos de acercar los niños a Dios porque de ellos es el Reino de los Cielos, les hacían vivir un infierno en la época que debió ser la más bonita de sus vidas.

* Abogado