Poco margen tenía la ministra de Sanidad, Carmen Montón, más que el camino que ha elegido: la dimisión. A medida que aparecían más revelaciones sobre su irregular máster en el Instituto de Derecho Público de la Universidad Rey Juan Carlos I (URJC) su posición se iba debilitando de tal forma que continuar en el Gobierno era un torpedo en la línea de flotación del Ejecutivo y de Pedro Sánchez, que llegó a la Moncloa con la ejemplaridad por bandera. El caso del máster de Montón no es el mismo que el de Cristina Cifuentes o el de Pablo Casado, pero tenía suficientes puntos en común como para que la dimisión fuera inevitable. Si en el ‘caso Cifuentes’ la jueza cree que se falsearon las actas, en el de Montón la URJC admitió manipulación de notas. Como Casado, Montón aprobó con buena nota asignaturas sin asistir a clase y no expuso en público su TFM, que contenía párrafos enteros copiados de internet. Además, Montón pagó la matrícula fuera de plazo y comenzó el curso cuatro meses tarde. Cualquier universitario de España sabe que así no es como se aprueba un máster. Pese a que durante varias horas defendió a su ministra, la caída de Montón muestra que la ejemplaridad impuesta por Sánchez --aunque lenta de reflejos-- tiene un precio: es el segundo ministro de su Gobierno que dimite.

Esta vez, más allá de que los casos puedan ser desiguales y que el transcurso del proceso dirá si hay razones fundamentadas para judicializarlo o no, y que se demuestre o no si la ministra dimitida se aprovechó del chiringuito que se instaló en la URJC, no se trataba de afinar en la situación y los hechos, que de eso se encargará la investigación. Había que calcular los daños que la permanencia de Montón en el equipo de Sánchez estaba causando al partido y al Gobierno por su resistencia a presentar la dimisión y a no ser cesada. La similitud con el ‘caso Cifuentes’ y el de Casado había abierto ya una línea para la discusión por parte de la opinión pública, un debate que amenazaba con convertirse en un tema que iba a cobrar protagonismo en las próximas elecciones y que dejaba al partido del Gobierno sin un argumento de peso frente a los populares. Por muchas explicaciones que se diesen para justificar el máster de Montón, la mitad de los españoles no iba a dar por buenos esos planteamientos. Por ello, la dimisión de la ministra ha caído por su propio peso, aunque tarde. El Gobierno no se debía haber planteando qué y cómo se produjeron los hechos en la URJC, sino los daños que este caso le estaba ocasionando y la factura que iba a pagar por ello. Es sorprendente que con tantos asesores, y bajo el clima político en el que estamos, nadie hubiese pensado antes las consecuencias.

Ahora, una vez consumada la dimisión, la situación deja en una situación muy delicada al líder del PP, cuyos problemas con el máster de la URJC parecen más graves aún que los de Montón.